Page 29 - Crepusculo 1
P. 29

finas cadenas entrecruzadas. Charlie había madrugado para poner cadenas a los neumáticos
               del coche. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que no estaba acostumbrada a que alguien
               cuidara de mí, y la silenciosa preocupación de Charlie me pilló desprevenida.
                      Estaba  de  pie  junto  a  la  parte  trasera  del  vehículo,  intentando  controlar  aquella
               repentina oleada de sentimientos que me embargó al ver las cadenas, cuando oí un sonido
               extraño.
                      Era  un  chirrido  fuerte  que  se  convertía  rápidamente  en  un  estruendo.  Sobresaltada,
               alcé la vista.
                      Vi varias cosas a la vez. Nada se movía a cámara lenta, como sucede en las películas,
               sino  que  el  flujo  de  adrenalina  hizo  que  mí  mente  obrara  con  mayor  rapidez,  y  pudiera
               asimilar al mismo tiempo varias escenas con todo lujo de detalles.
                      Edward Cullen se encontraba a cuatro coches de distancia, y me miraba con rostro de
               espanto.  Su  semblante  destacaba  entre  un  mar  de  caras,  todas  con  la  misma  expresión
               horrorizada. Pero en  aquel  momento  tenía más  importancia una furgoneta azul  oscuro que
               patinaba con las llantas bloqueadas chirriando contra los frenos, y que dio un brutal trompo
               sobre el hielo del aparcamiento. Iba a chocar contra la parte posterior del monovolumen, y yo
               estaba en medio de los dos vehículos. Ni siquiera tendría tiempo para cerrar los ojos.
                      Algo  me  golpeó  con  fuerza,  aunque  no  desde  la  dirección  que  esperaba,
               inmediatamente antes de que escuchara el terrible crujido que se produjo cuando la furgoneta
               golpeó contra la base de mi coche y se plegó como un acordeón. Me golpeé la cabeza contra
               el asfalto helado y sentí que algo frío y compacto me sujetaba contra el suelo. Estaba tendida
               en la calzada, detrás del coche color café que estaba junto al mío, pero no tuve ocasión de
               advertir nada más porque la camioneta seguía acercándose. Después de raspar la parte trasera
               del monovolumen, había dado la vuelta y estaba a punto de aplastarme de nuevo.
                      Me percaté de que había alguien a mi lado al oír una maldición en voz baja, y era
               imposible  no  reconocerla.  Dos  grandes  manos  blancas  se  extendieron  delante  de  mí  para
               protegerme y la furgoneta se detuvo vacilante a treinta centímetros de mi cabeza. De forma
               providencial, ambas manos cabían en la profunda abolladura del lateral de la carrocería de la
               furgoneta.
                      Entonces, aquellas manos se movieron con tal rapidez que se volvieron borrosas. De
               repente,  una  sostuvo  la  carrocería  de  la  furgoneta  por  debajo  mientras  algo  me  arrastraba.
               Empujó mis piernas hasta que toparon con los neumáticos del coche marrón. Con un seco
               crujido  metálico  que  estuvo  a  punto  de  perforarme  los  tímpanos,  la  furgoneta  cayó
               pesadamente  en  el  asfalto  entre  el  estrépito  de  las  ventanas  al  hacerse  añicos.  Cayó
               exactamente donde hacía un segundo estaban mis piernas.
                      Reinó un silencio absoluto durante un prolongado segundo antes de que todo el mundo
               se pusiera a chillar. Oí a más de un persona que me llamaba en la repentina locura que se
               desató a continuación, pero en medio de todo aquel griterío escuché con mayor claridad la voz
               suave y desesperada de Edward Cullen que me hablaba al oído.
                      — ¿Bella? ¿Cómo estás?
                      —Estoy bien.
                      Mi propia voz me resultaba extraña. Intenté incorporarme y entonces me percaté de
               que me apretaba contra su costado con mano de acero.
                      —Ve con cuidado —dijo mientras intentaba soltarme—. Creo que te has dado un buen
               porrazo en la cabeza.
                      Sentí un dolor palpitante encima del oído izquierdo.
                      — ¡Ay! —exclamé, sorprendida.
                      —Tal y como pensaba...
                      Por increíble que pudiera parecer, daba la impresión de que intentaba contener la risa.






                                                                                                  — 29 —
   24   25   26   27   28   29   30   31   32   33   34