Page 28 - Crepusculo 1
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EL PRODIGIO


                      Algo había cambiado cuando abrí los ojos por la mañana.
                      Era la luz, algo más clara aunque siguiera teniendo el matiz gris verdoso propio de un
               día nublado en el bosque. Comprendí que faltaba la niebla que solía envolver mi ventana.
                      Me levanté de la cama de un salto para mirar fuera y gemí de pavor.
                      Una  fina  capa  de  nieve  cubría  el  césped  y  el  techo  de  mi  coche,  y  blanqueaba  el
               camino,  pero  eso  no  era  lo  peor.  Toda  la  lluvia  del  día  anterior  se  había  congelado,
               recubriendo las agujas de los pinos con diseños fantásticos y hermosísimos, pero convirtiendo
               la calzada en una superficie resbaladiza y mortífera. Ya me costaba mucho no caerme cuando
               el suelo estaba seco; tal vez fuera más seguro que volviera a la cama.
                      Charlie se había marchado al trabajo antes de que yo bajara las escaleras. En muchos
               sentidos, vivir con él era como tener mi propia casa y me encontraba disfrutando de la soledad
               en lugar de sentirme sola.
                      Engullí  un  cuenco  de  cereales  y  bebí  un  poco  de  zumo  de  naranja  a  morro.  La
               perspectiva  de  ir  al  instituto  me  emocionaba,  y  me  asustaba  saber  que  la  causa  no  era  el
               estimulante  entorno  educativo  que  me  aguardaba  ni  la  perspectiva  de  ver  a  mis  nuevos
               amigos.  Si  no  quería  engañarme,  debía  admitir  que  deseaba  acudir  al  instituto  para  ver  a
               Edward Cullen, lo cual era una soberana tontería.
                      Después de que el día anterior balbuceara como una idiota y me pusiera en ridículo,
               debería evitarlo a toda costa. Además, desconfiaba de él por haberme mentido sobre sus ojos.
               Aún me atemorizaba la hostilidad que emanaba de su persona, todavía se me trababa la lengua
               cada vez que imaginaba su rostro perfecto. Era plenamente consciente de que jugábamos en
               ligas diferentes, distantes. Por todo eso, no debería estar tan ansiosa por verle.
                      Necesité de toda mi concentración para caminar sin matarme por la acera cubierta de
               hielo en dirección a la carretera; aun así, estuve a punto de perder el equilibro cuando al fin
               llegué al coche, pero conseguí agarrarme al espejo y me salvé. Estaba claro, el día iba a ser
               una pesadilla.
                      Mientras  conducía  hacia  la  escuela,  para  distraerme  de  mi  temor  a  sucumbir,  a
               entregarme a especulaciones no deseadas sobre Edward Cullen, pensé en Mike y en Eric, y en
               la evidente diferencia entre cómo me trataban los adolescentes del pueblo y los de Phoenix.
               Tenía el mismo aspecto que en Phoenix, estaba segura. Tal vez sólo fuera que esos chicos me
               habían  visto  pasar  lentamente  por  las  etapas  menos  agraciadas  de  la  adolescencia  y  aún
               pensaban  en  mí  de  esa  forma.  O  tal  vez  se  debía  a  que  era  nueva  en  un  lugar  donde
               escaseaban las novedades. Posiblemente, el hecho de que fuera terriblemente patosa aquí se
               consideraba  como  algo  encantador  en  lugar  de  patético,  y  me  encasillaban  en  el  papel  de
               damisela  en  apuros.  Fuera  cual  fuera  la  razón,  me  desconcertaba  que  Mike  se  comportara
               como un perrito faldero y que Eric se hubiera convertido en su rival. Hubiera preferido pasar
               desapercibida.
                      El  monovolumen  no  parecía  tener  ningún  problema  en  avanzar  por  la  carretera
               cubierta de hielo ennegrecido, pero aun así conducía muy despacio para no causar una escena
               de caos en Main Street.
                      Cuando llegué al instituto y salí del coche, vi el motivo por el que no había tenido
               percances.  Un  objeto  plateado  me  llamó  la  atención  y  me  dirigí  a  la  parte  trasera  del
               monovolumen, apoyándome en él todo el tiempo, para examinar las llantas, recubiertas por




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