Page 87 - Manolito Gafotas
P. 87

—Los niños son así. Ellos se ponen su disfraz de superhéroes y tan contentos.
      Lo que yo digo: Los niños son A, B y C, y de ahí no les saques.

      Estuve a punto de bajar trepando por las paredes de mi torre, pero soy un niño
      consciente de mis limitaciones y sé que lo único que tengo de Hombre Araña es
      el disfraz. Cuando llegué al parque del Ahorcado ya me estaban esperando mis
      amigos: Yihad, de Supermán; el Orejones, de Supermán, pero sin capa porque le
      tocaba ser el ayudante de Supermán; la Susana, de la Bella, aunque en cuanto
      estás con ella un rato te das cuenta de que es la Bestia disfrazada de la Bella;
      Paquito Medina, de Robín de los Bosques, y el Imbécil, que seguía con su traje de
      pingüino  porque  mi  madre  le  había  convencido  de  que  era  el  más  bonito  del
      barrio (a esa edad todavía te crees las mentiras de las madres).
        Jugamos a superhéroes. Hicimos dos equipos. Yihad me pidió a mí para el
      suyo.  Le  dije  que  si  le  parecía  bien  que  nuestro  lema  de  ataque  fuera:  « Los
      vamos a machacar por la paz mundial» . Le pareció chachi. Estaba claro que yo
      me había convertido en su gran amigo. Jugamos al pañuelo, a la peste bubónica y
      al  churro-mediamanga-mangaentera  que  es  un  juego  que  consiste  en  que  un
      equipo se agacha y el otro se tira encima sin piedad, es un juego de los llamados
      « educativos» .  Yo  hacía  todo  lo  que  podía,  corría  y  aguantaba  con  todas  mis
      fuerzas, pero los demás siempre conseguían ganarme. Es el único defecto que le
      encuentro yo a los juegos de correr y de fuerza, que siempre me ganan. Cuando
      Yihad se dio cuenta de que conmigo en su equipo no se comía una rosca, decidió
      que a partir de ese momento ya nadie iría en equipo. El único interés de Yihad
      era ganar como fuera a Paquito Medina. Ganarnos al Orejones, a la Susana, al
      Imbécil o a mí no tiene emoción para Yihad.
        Cogí  al  Imbécil  de  la  mano  y  nos  fuimos  para  casa.  En  realidad  me  fui
      porque  no  podía  aguantarme  las  ganas  de  llorar.  Había  pasado  de  ser  el  gran
      amigo  de  Yihad  a  ser  una  rata  de  alcantarilla,  y  eso  es  algo  que  fastidia  a
      cualquiera.  El  Imbécil  me  vio  llorar  y  se  puso  a  llorar  él  también.  A  él  se  le
      contagia todo, lo bueno y lo malo. Eso es lo que dice mi madre. Tuvimos que
      compartir el pañuelo. Primero me soné yo y luego le puse a él el pañuelo en la
      nariz.  Hizo  lo  de  siempre:  prepararse  con  mucha  concentración,  tomar  aire  y
      luego echarse los mocos para adentro en vez de echarlos en el pañuelo. Es su
      estilo. Y yo me tuve que reír aunque tenía lágrimas en los ojos porque hay que
      reconocer que aunque sea el Imbécil también es bastante gracioso. En algo se
      tenía que parecer a mí.
   82   83   84   85   86   87   88   89   90   91   92