Page 44 - El Alquimista
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A veces las caravanas se encontraban durante la noche. Siempre una de
ellas tenía lo que la otra necesitaba, como si realmente todo estuviera escrito
por una sola Mano. Los camelleros intercambiaban informaciones sobre las
tempestades de viento y se reunían en torno a las hogueras para contar las
historias del desierto.
En otras ocasiones llegaban misteriosos hombres encapuchados; eran
beduinos que espiaban las rutas seguidas por las caravanas. Traían noticias de
asaltantes y de tribus bárbaras. Llegaban y partían en silencio, con sus ropas
negras que sólo dejaban ver los ojos.
Una de esas noches el camellero se acercó hasta la hoguera donde el
muchacho estaba sentado junto al Inglés.
—Se rumorea que hay guerra entre los clanes —dijo el camellero.
Los tres se quedaron callados. El muchacho notó que el miedo flotaba en el
aire, aunque nadie dijese ni una palabra. Nuevamente estaba percibiendo el
lenguaje sin palabras, el Lenguaje Universal.
Poco después el Inglés preguntó si había peligro.
—Quien entra en el desierto no puede volver atrás —repuso el camellero
—. Y cuando no se puede volver atrás, sólo debemos preocuparnos por la
mejor manera de seguir hacia adelante. El resto es por cuenta de Alá, inclusive
el peligro.
Y concluyó diciendo la misteriosa palabra: Maktub.
—Tendría que prestar más atención a las caravanas —dijo el muchacho al
Inglés cuando el camellero se fue—. Dan muchas vueltas, pero siempre
mantienen el mismo rumbo.
—Y tú tendrías que leer más sobre el mundo —replicó el Inglés—. Los
libros son igual que las caravanas.
El inmenso grupo de hombres y animales empezó a caminar más rápido.
Además del silencio durante el día, las noches —cuando las personas se
reunían para conversar en torno a las hogueras— comenzaron a hacerse
también silenciosas. Cierto día el Jefe de la Caravana decidió que no podían
encenderse más hogueras, para no llamar la atención.
Los viajeros se vieron obligados a formar un gran círculo con los animales
y a colocarse todos en el centro, intentando protegerse del frío nocturno. El
Jefe instaló centinelas armados alrededor del grupo.
Una de aquellas noches, el Inglés no podía dormir. Llamó al muchacho y
comenzaron a pasear por las dunas que rodeaban el campamento. Era una
noche de luna llena, y el muchacho contó al Inglés toda su historia.