Page 42 - El Alquimista
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partieron. Aquel día de confusión, gritos, llantos, criaturas y relinchos de
animales se mezclaban con las órdenes nerviosas de los guías y de los
comerciantes. En el desierto, en cambio, reinaba el viento eterno, el silencio y
el casco de los animales. Hasta los guías conversaban poco entre sí.
—He cruzado muchas veces estas arenas —dijo un camellero cierta noche
—. Pero el desierto es tan grande y los horizontes tan lejanos que hacen que
uno se sienta pequeño y permanezca en silencio.
El muchacho entendió lo que el camellero quería decir, aun sin haber
pisado nunca antes un desierto. Cada vez que miraba el mar o el fuego era
capaz de quedarse horas callado, sin pensar en nada, sumergido en la
inmensidad y la fuerza de los elementos.
«Aprendí con las ovejas y aprendí con los cristales —pensó—. Puedo
aprender también con el desierto. Él me parece más viejo y más sabio.»
El viento no paraba nunca. El muchacho se acordó del día en que sintió ese
mismo viento, sentado en un fuerte en Tarifa. Tal vez ahora estaría rozando
levemente la lana de sus ovejas, que seguían en busca de alimento y agua por
los campos de Andalucía.
«Ya no son mis ovejas —se dijo sin nostalgia—. Deben de haberse
acostumbrado a otro pastor y ya me habrán olvidado. Es mejor así. Quien está
acostumbrado a viajar, como las ovejas, sabe que siempre es necesario partir
un día.»
También se acordó de la hija del comerciante y tuvo la seguridad de que ya
se habría casado. Quién sabe si con un vendedor de palomitas, o con un pastor
que como él supiera leer y contase historias extraordinarias; al fin y al cabo, él
no debía de ser el único. Pero se quedó impresionado con su presentimiento:
quizá él estuviese aprendiendo también esta historia del Lenguaje Universal,
que sabe el pasado y presente de todos los hombres. «Presentimientos», como
acostumbraba decir su madre. El muchacho comenzó a entender que los
presentimientos eran las rápidas zambullidas que el alma daba en esta
corriente Universal de vida, donde la historia de todos los hombres está ligada
entre sí, y podemos saberlo todo, porque todo está escrito.
—Maktub —dijo el muchacho recordando las palabras del Mercader de
Cristales.
El desierto a veces se componía de arena y otras veces de piedra. Si la
caravana llegaba frente a una piedra, la contorneaba; si se encontraba frente a
una roca, daba una larga vuelta. Si la arena era demasiado fina para los cascos
de los camellos, buscaban un lugar donde fuera más resistente. En algunas
ocasiones el suelo estaba cubierto de sal, lo cual indicaba que allí debía de
haber existido un lago. Los animales entonces se quejaban, y los camelleros se