Page 40 - El Alquimista
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estuviera entendiendo—. El mismo libro que me enseñó a hacer este Urim y
               este Tumim. Estas piedras eran la única forma de adivinación permitida por
               Dios. Los sacerdotes las llevaban en un pectoral de oro.

                   El muchacho se alegró enormemente de estar allí. —Quizá esto sea una
               señal —dijo el Inglés como pensando en voz alta.

                   —¿Quién le habló de señales?

                   El interés del chico crecía a cada momento.


                   —Todo en la vida son señales —aclaró el Inglés cerrando la revista que
               estaba leyendo—. El Universo fue creado por una lengua que todo el mundo
               entiende, pero que ya fue olvidada. Estoy buscando ese Lenguaje Universal,
               entre otras cosas.

                   »Por eso estoy aquí. Porque tengo que encontrar a un hombre que conoce
               el Lenguaje Universal. Un Alquimista.

                   La conversación fue interrumpida por el jefe del almacén.


                   —Tenéis suerte —dijo el árabe gordo—. Esta tarde sale una caravana para
               al—Fayum.

                   —Pero yo voy a Egipto —replicó el muchacho.

                   —Al—Fayum está en Egipto —dijo el dueño—. ¿Qué clase de árabe eres
               tú?

                   El  muchacho  explicó  que  era  español.  El  Inglés  se  sintió  satisfecho:
               aunque vestido de árabe, el joven, al menos, era europeo.

                   —Él llama «suerte» a las señales —dijo el Inglés después de que el árabe

               gordo se fue—. Si yo pudiese, escribiría una gigantesca enciclopedia sobre las
               palabras  «suerte»  y  «coincidencia».  Es  con  estas  palabras  con  las  que  se
               escribe el Lenguaje Universal.

                   Después  comentó  con  el  muchacho  que  no  había  sido  «coincidencia»
               encontrarlo con Urim y Tumim en la mano. Le preguntó si él también estaba
               buscando al Alquimista.


                   —Voy en busca de un tesoro —confesó el muchacho, y se arrepintió de
               inmediato.

                   Pero el Inglés pareció no darle importancia.

                   —En cierta manera, yo también —dijo.

                   —Y  ni  siquiera  sé  lo  que  quiere  decir  Alquimia  —añadió  el  muchacho,
               cuando el dueño del almacén empezó a llamarlos para que salieran.

                   —Yo  soy  el  Jefe  de  la  Caravana  —dijo  un  señor  de  barba  larga  y  ojos
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