Page 36 - El Alquimista
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aquella extraña sensación de que el rey estaba cerca. Había trabajado duro un
año, y las señales indicaban que ahora era el momento de partir.
«Volveré a ser exactamente lo que era antes —pensó—. Aunque las ovejas
no me enseñaron a hablar árabe.»
Las ovejas, sin embargo, le habían enseñado una cosa mucho más
importante: que había un lenguaje en el mundo que todos entendían, y que el
muchacho había usado durante todo aquel tiempo para hacer progresar la
tienda. Era el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas con amor y con
voluntad, en busca de algo que se deseaba o en lo que se creía. Tánger ya
había dejado de ser una ciudad extraña, y él sentía que de la misma manera
que había conquistado aquel lugar, podría conquistar el mundo.
«Cuando deseas alguna cosa, todo el Universo conspira para que puedas
realizarla», había dicho el viejo rey.
Pero el viejo rey no había hecho referencia a robos, desiertos inmensos o
personas que conocen sus sueños pero que no desean realizarlos. El viejo rey
no había dicho que las Pirámides no eran más que una montaña de piedras, y
que cualquiera podía hacer una montaña de piedras en su huerto. Y se había
olvidado de decir que cuando se tiene dinero para comprar un rebaño mayor
que el que se poseía, hay que comprar ese rebaño.
El muchacho cogió el zurrón y lo juntó con sus otras bolsas. Bajó la
escalera; el viejo estaba atendiendo a una pareja extranjera, mientras otros dos
clientes paseaban por la tienda tomando el té en jarras de cristal. Había
bastante movimiento para ser aquella hora de la mañana.
Desde el lugar donde estaba, notó por primera vez que el cabello del
Mercader le recordaba bastante al del viejo rey. Y se acordó de la sonrisa del
pastelero el primer día en Tánger, cuando no tenía adonde ir ni qué comer;
también aquella sonrisa hacía recordar al viejo rey.
«Como si él hubiera pasado por aquí y hubiera dejado una marca —pensó
—. Y cada persona hubiera conocido ya a ese rey en algún momento de su
vida. Al fin y al cabo, él dijo que siempre aparecía para quien vive su Leyenda
Personal.»
Salió sin despedirse del Mercader de Cristales. No quería llorar porque la
gente lo podía ver. Pero sabía que iba a sentir nostalgia de todo aquel tiempo y
de todas las cosas buenas que había aprendido. Sin embargo, ahora tenía más
confianza en sí mismo y ánimos para conquistar el mundo.
«Pero estoy volviendo a los campos que ya conozco para conducir otra vez
las ovejas.» Ya no estaba tan contento con su decisión; había trabajado un año
entero para realizar un sueño y cada minuto que pasaba ese sueño iba