Page 43 - El Alquimista
P. 43
bajaban y los descargaban. Después se colocaban las cargas en su propia
espalda, pasaban sobre el suelo traicionero y nuevamente cargaban a los
animales. Si un guía enfermaba y moría, los camelleros echaban suertes y
escogían a un nuevo guía.
Pero todo esto sucedía por una única razón: por muchas vueltas que tuviera
que dar, la caravana se dirigía siempre a un mismo punto. Una vez vencidos
los obstáculos, volvía a colocarse de nuevo hacia el astro que indicaba la
posición del oasis. Cuando las personas veían aquel astro brillando en el cielo
por la mañana, sabían que estaba señalando un lugar con mujeres, agua, dátiles
y palmeras. El único que no se enteraba de todo eso era el Inglés, pues se
pasaba la mayor parte del tiempo sumergido en la lectura de sus libros.
El muchacho también tenía un libro que había intentado leer durante los
primeros días de viaje. Pero encontraba mucho más interesante contemplar la
caravana y escuchar el viento. Así que aprendió a conocer mejor a su camello
y al aficionarse a él, tiró el libro. Era un peso innecesario, aunque el chico
había alimentado la superstición de que cada vez que abría el libro encontraba
a alguien importante.
Terminó trabando amistad con el camellero que viajaba siempre a su lado.
De noche, cuando paraban y descansaban alrededor de las hogueras, solía
contarle sus aventuras como pastor.
Durante una de esas conversaciones, el camellero comenzó a su vez a
hablarle de su vida.
—Yo vivía en un lugar cercano a El Cairo —le explicó—. Tenía mi huerto,
mis hijos y una vida que no iba a cambiar hasta el momento de mi muerte. Un
año que la cosecha fue excelente, fuimos todos hasta La Meca y yo cumplí con
la única obligación que me faltaba llevar a cabo en la vida. Podía morir en paz,
y me agradaba la idea...
»Cierto día la tierra comenzó a temblar, y el Nilo se desbordó. Lo que yo
pensaba que sólo ocurría a los otros terminó pasándome a mí. Mis vecinos
tuvieron miedo de perder sus olivos con las inundaciones; mi mujer de que las
aguas se llevaran a nuestros hijos, y yo de ver destruido todo lo que había
conquistado.
»Pero no hubo solución. La tierra quedó inservible y tuve que buscar otro
medio de subsistencia. Hoy soy camellero. Pero entonces entendí la palabra de
Alá, nadie siente miedo de lo desconocido porque cualquier persona es capaz
de conquistar todo lo que quiere y necesita.
»Sólo sentimos miedo de perder aquello que tenemos, ya sean nuestras
vidas o nuestras plantaciones. Pero este miedo pasa cuando entendemos que
nuestra historia y la historia del mundo fueron escritas por la misma Mano.