Page 38 - Coleccion d elibros de lectura
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—Mi querido señor —dijo el
ministro—, perdone usted, pero sus
cadenas hacen mucho ruido y creo
que necesita engrasarlas. Le presto un
frasco de aceite quitarrechinidos. Se lo
dejaré aquí junto a los candelabros, y
tendré mucho gusto de prestarle más si
le hace falta.
Después de decir esto, el señor Otis
cerró la puerta y se volvió a meter en la
cama.
El fantasma se quedó unos minutos
paralizado de la indignación. Arrojó el
frasco contra el suelo y corrió por
el pasillo, gritando furiosamente. Al
final del pasillo se abrió una puerta y
aparecieron los dos pequeños gemelos.
Ambos arrojaron grandes almohadas
sobre la cabeza del fantasma, que,
más indignado aún, desapareció
rápidamente a través de la pared.
Cuando el fantasma llegó a su
escondite, respiró profundamente y pensó
que jamás, en trescientos años, lo habían
humillado de una forma tan grosera.
Recordó otros tiempos en los que había
asustado e impresionado a miles y miles
de personas. Y todo esto ¿para qué? ¿Para
que le ofrecieran aceite quitarrechinidos
y le arrojaran almohadas a la cabeza?
Era una situación realmente intolerable.
A la mañana siguiente, cuando la familia
desayunaba, el señor Otis comentó:
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