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Aquella noche caía una gran tormenta; el viento era tan
                  fuerte que sacudía las puertas y ventanas del castillo. A las
                  diez y media oyó que todos subían a acostarse. Durante un
                  rato escuchó  las risas  de los gemelos  que jugaban  antes
                  de meterse en la cama; a las once y cuarto todo quedó en
                  silencio. La familia dormía tranquilamente sin sospechar
                  lo que pasaría.
                      Cuando el reloj marcó exactamente las doce de la
                  noche el fantasma se deslizó por el castillo. La tremenda
                  tormenta continuaba, los relámpagos iluminaban los

                  pasillos y el viento que entraba por las ventanas agitaba
                  su larga cabellera. Con una escalofriante carcajada dio
                                                              vuelta en el corredor  dirigiéndose
                                                              al cuarto de los señores Otis, pero
                                                              repentinamente retrocedió, gritando
                                                              aterradoramente, escondiendo la cara
                                                              entre sus largas y huesudas manos.

                                                              Frente a él había un horrible fantasma,
                                                              de cabeza redonda y amarilla,  con
                                                              una extraña sonrisa y sobre el pecho
                                                              tenía colgado un recado indescifrable.
                                                                  Como él nunca había visto un
                                                              fantasma, sintió verdadero pánico;
                                                              regresó corriendo a su escondite y
                                                              se metió en la cama tapándose la
                                                              cabeza con las sábanas.
                                                                  Al amanecer, pensó que después

                                                              de todo era conveniente hablar con el
                                                              otro fantasma, pues si eran dos y se
                                                              asociaban, podían asustar mejor a los
                                                              pequeños gemelos.
                                                                  Salió sigilosamente de su escondite
                                                              y se dirigió al lugar donde había









                                                                                                   39
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