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—¿Pitón de qué? —Cloe se fijó mejor y vio que estaba muy cerca de un cráter donde bullía lava—.
¿Un volcán? ¿Me has traído a un volcán activo? ¡Tú serás un espíritu que no come ni siente, pero yo
aún estoy viva y aquí hace un calor asfixiante!
François sujetó fuertemente a la chica y dio un enorme salto. Desde arriba, Cloe observó como el
volcán erupcionaba. “¡Justo a tiempo!”, pensó.
El brinco fue tan descomunal que pasaron por
encima de la isla de Madagascar y aterrizaron
en la de Mayotte, la otra isla francesa. François
la llevó al océano, para refrescarse y también
para contemplar el arrecife de coral. Cogidos
de la mano, Cloe comprobó que la magia del
Poulbot le permitía bucear sin necesidad de
oxígeno. Por el arrecife de coral, descubrieron
peces cofre que, con su piel amarilla y lunares
negros, le recordaron a un traje de flamenca;
después, nadaron junto a tortugas y
mantarrayas, con cuidado de no rozar el
aguijón de estas últimas. Antes de salir del
agua, un caballito de mar, símbolo de las islas,
se acercó a despedirlos.