Page 49 - Cloe-y-el-poubolt-magico
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Y así pasaron un rato, a la búsqueda de figuras creadas por la naturaleza. Vieron las orejas de una
            ardilla, la cola de un ratón y hasta la trompa de un elefante. La imaginación de los jóvenes no tenía

            límites.


            De paseo por la región, se encontraron con grandes setos e hileras de árboles. Cloe imaginó que
            servirían para separan terrenos, una forma más armoniosa de hacerlo que con alambradas o vallas
            artificiales.



            —A esto lo llaman el bocage, y, sí, sirve para delimitar parcelas.



            Cloe se extrañó, ¿podría François leerle el pensamiento?


            Y vuelta al océano…, este chico la tenía mareada con tanto cambio. Aunque esta vez se encontró
            junto  a  unas  pequeñitas  islas  rectangulares,  todas  en  fila,  con  un  manto  de  algas  verdes  que  las
            recubrían.



            —¿Te gustan las ostras? ¡Mira que criadero tan inmenso en la bahía de Veys!
            —¿Ostras? ¿Bajo esas pequeñas islas?

            —Son cajas especiales repletas de ostras. Verás cuando baje la marea.


            Y así fue. Cloe esperó impaciente y, al cabo de un rato, se acercó y observó los criaderos de ostras,
            ésas que a su mamá le gustaban tanto.



            Al salir de allí, pasaron frente a un restaurante. Una bandeja redonda con ostras bien ordenadas y
            listas para comer decoraba la mesa de la entrada. Junto a ella, se exponían una serie de quesos de la
            localidad: camembert, pont-l’évêque, livarot…
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