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—Bonjour, voulez-vous goûter nos plats typiques?
Cloe comprendió que la invitaban a probar las viandas de la región. Miró las ostras, pero la idea de
comerse un animal vivo no le atraía, por muy típicas que fuesen. Con los quesos se animó. Probó un
trocito de cada uno, sin saber decir cuál era su favorito. ¡Y es que los quesos franceses estaban tan
ricos!
Cloe cerró los ojos y disfrutó del último bocado, porque, al abrirlos, se encontraba en uno de los
lugares más impresionantes del país. Estaba en la playa, y, a pocos kilómetros, se erigía una pequeña
isla con una abadía en la cima.
—¡Qué isla tan pequeña y tan bonita!
—Es el Monte de Saint Michel. Podemos caminar hasta allí.
—¡¿Sobre las aguas?! —Cloe sabía que con su amigo todo era posible.
—Ya sabes que en esta región, cuando baja la marea, nada es lo que parece.
Al rato, con la marea baja, Cloe se dio cuenta de que podían llegar a pie.
—Sí, ya veo que parece una isla, pero sólo lo es a ratos.