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Al  descender,  y  mientras  pasean  por  los  Campos  Elíseos,  Cloe  disfrutó  de  unos  champiñones
            blancos, típicos de París. Al fondo de la calle, un arco espectacular, el Arco del Triunfo. Cloe recordó el

            arco natural que vieron en Normandía, en los acantilados. Ambos le resultaban impresionantes.


            François  la  llevó  ante  un  inmenso  palacio  con  una  gran  pirámide  de  cristal  en  el  centro  del  patio
            delantero.



            —La visita al museo del Louvre es esencial. Es como visitar el mundo.


            ¡Y  cuánta  razón  tenía  el  Poulbot!  Dentro  descubrió  obras  de  grandes  civilizaciones  antiguas:

            orientales, egipcios, griegos, romanos, de la Edad Media…


            Después  de  varias  horas  con  una  sorpresa  tras  otra,  Cloe  se  detuvo  ante  una  escultura  alada  sin
            cabeza ni brazos, una especie de diosa y ángel encima de un barco.



            —Es la Victoria de Samotracia, la “diosa de la victoria”.


            Por  un  momento,  Cloe  se  sintió  como  ella,  victoriosa  de  poder  volar  en  el  tiempo  y  el  espacio  y

            conocer lugares tan fabulosos.


            —Todo no va a ser monumentos y arte, en París tenemos mucha diversión —le comentó el Poulbot,
            justo cuando abandonaban el recinto.



            En  medio  de  un  puente  colgante,  en  la  isla  de  los  Piratas  de  Disneyland,  a  Cloe  comenzaron  a
            temblarle las rodillas.
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