Page 35 - Amor en tiempor de Colera
P. 35
pero la niña levantó la vista para ver quién pasaba por la ventana, y esa mirada casual
fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado.
Lo único que Florentino Ariza pudo averiguar de Lorenzo Daza fue que había
venido de San Juan de la Ciénaga con la hija única y la hermana soltera poco después de
la peste del cólera, y quienes lo vieron desembarcar no dudaron de que venía para
quedarse, pues traía todo lo necesario para una casa bien guarnecida. La esposa había
muerto cuando la hija era muy niña. La hermana se llamaba Escolástica, tenía cuarenta
años y estaba cumpliendo una manda con el hábito de San Francisco cuando salía a la
calle, y sólo el cordón en la cintura cuando estaba en casa. La niña tenía trece años y se
llamaba igual que la madre muerta: Fermina.
Se suponía que Lorenzo Daza era hombre de recursos porque vivía bien sin oficio
conocido, y había comprado con dinero en rama la casa de Los Evangelios, cuya
restauración debió costarle por lo menos el doble de los doscientos pesos oro que pagó
por ella. La hija estaba estudiando en el colegio de la Presentación de la Santísima
Virgen, donde las señoritas de sociedad aprendían desde hacía dos siglos el arte y el
oficio de ser esposas diligentes y sumisas. Durante la Colonia y los primeros años de la
República sólo recibían a las herederas de apellidos grandes. Pero las viejas familias
arruinadas por la independencia tuvieron que someterse a las realidades de los nuevos
tiempos, y el colegio abrió sus puertas a todas las aspirantes que pudieran pagarlo, sin
preocuparse de sus pergaminos, pero con la condición esencial de que fueran hijas
legítimas de matrimonios católicos. De todos modos era un colegio caro, y el hecho de
que Fermina Daza estudiara allí era por sí solo un indicio de la situación económica de la
familia, aunque no lo fuera de su condición social. Estas noticias alentaron a Florentino
Ariza, pues le indicaban que la bella adolescente de ojos almendrados estaba al alcance
de sus sueños. Sin embargo, el régimen estricto de su padre se reveló muy pronto como
un inconveniente insalvable. Al contrario de las otras alumnas, que iban al colegio en
grupos o acompañadas por una criada mayor, Fermina Daza iba siempre con la tía
soltera, y su conducta indicaba que no le estaba permitida ninguna distracción.
Fue de ese modo inocente como Florentino Ariza inició su vida sigilosa de cazador
solitario. Desde las siete de la mañana se sentaba solo en el escaño menos visible del
parquecito, fingiendo leer un libro de versos a la sombra de los almendros, hasta que
veía pasar a la doncella imposible con el uniforme de rayas azules, las medias con ligas
hasta las rodillas, los botines masculinos de cordones cruzados, y,una sola trenza gruesa
con un lazo en el extremo que le colgaba en la espalda hasta la cintura. Caminaba con
una altivez natural, la cabeza erguida, la vista inmóvil, el paso rápido, la nariz afilada,
con la cartera de los libros apretada con los brazos en cruz contra el pecho, y con un
modo de andar de venada que la hacía parecer inmune a la gravedad. A su lado,
marcando el paso a duras penas, la tía con el hábito pardo y el cordón
de San Francisco no dejaba el menor resquicio para acercarse. Florentino Ariza las
veía pasar de ida y regreso cuatro veces al día, y una vez los domingos a la salida de la
misa mayor, y con ver a la niña le bastaba. Poco a poco fue idealizándola, atribuyéndole
virtudes improbables, sentimientos imaginarios, y al cabo de dos semanas ya no pensaba
más que en ella. Así que decidió mandarle una esquela simple escrita por ambos lados
con su preciosa letra de escribano. Pero la tuvo varios días en el bolsillo, pensando cómo
entregarla, y mientras lo pensaba escribía varios pliegos más antes de acostarse, de
modo que la carta original fue convirtiéndose en un diccionario de requiebros, inspirados
en los libros que había aprendido de memoria de tanto leerlos en las esperas del parque.
Buscando el modo de entregar la carta trató de conocer a algunas estudiantes de
la Presentación, pero estaban demasiado lejos de su mundo. Además, al cabo de muchas
vueltas no le pareció prudente que alguien se enterara de sus pretensiones. Sin
embargo, logró saber que Fermina Daza había sido invitada a un baile de sábado unos
días después de su llegada, y que el padre no le había permitido asistir con una frase
terminante: “Cada cosa se hará a su debido tiempo”. La carta tenía más de sesenta
pliegos escritos por ambos lados cuando Florentino Ariza no pudo resistir más la opresión
de su secreto, y se abrió sin reservas a su madre, la única persona con quien se permitía
Gabriel García Márquez 35
El amor en los tiempos del cólera