Page 310 - veinte mil leguas de viaje submarino
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al Este por una muralla de dos mil metros cortada a pico. Llegamos allí el 28 de mayo. En
                  ese momento, el Nautilus no estaba más que a ciento cincuenta kilómetros de Irlanda.

                  ¿Iba el capitán Nemo a aproximarse a las islas Británicas? No. Con gran sorpresa mía,
                  descendió hacia el Sur y se di-rigió hacia los mares europeos. Al contornear la isla de la
                  Esmeralda, vi por un instante el cabo Clear y el faro de Fastenet que ilumina a los millares
                  de navíos que salen de Glasgow o de Liverpool.

                  Una importante cuestión se debatía en mi mente. ¿Osaría el Nautilus adentrarse en el canal
                  de la Mancha? Ned Land, que había reaparecido desde que nos hallamos en la proxi-midad
                  de la tierra, no cesaba de interrogarme. ¿Qué podía yo responderle? El capitán Nemo
                  continuaba siendo invisi-ble. Tras haber dejado entrever al canadiense las orillas de
                  América, ¿iba a mostrarme las costas de Francia?

                  El Nautílus continuaba descendiendo hacia el Sur. El 30 de mayo pasaba por delante del
                  Lands End, entre la punta extre-ma de Inglaterra y las islas Sorlingas, a las que dejó a
                  estribor.

                  Si el capitán Nemo quería entrar en la Mancha tenía que poner rumbo al Este. No lo hizo.

                  Durante toda la jornada del 31 de mayo, el Nautilus des-cribió en su trayectoria una serie de
                  círculos que me intriga-ron vivamente. Parecía estar buscando un lugar de difícil
                  lo-calización. A mediodía, el capitán Nemo subió en persona a fijar la posición. No me
                  dirigió la palabra. Me pareció más sombrío que nunca. ¿Qué era lo que podía entristecerle
                  así?

                  ¿Era la proximidad de las costas de Europa? ¿Algún recuer-do de su abandonado país?
                  ¿Qué sentía? ¿Pesar o remordi-mientos? Durante mucho tiempo estos interrogantes me
                  acosaron. Tuve el presentimiento de que el azar no tardaría en traicionar los secretos del
                  capitán.

                  Al día siguiente, primero de junio, el Nautilus evolucionó como en la víspera. Era evidente
                  que trataba de reconocer un punto preciso del océano. El capitán Nemo subió tam-bién ese
                  día a tomar la altura del sol. La mar estaba en calma y puro el cielo. A unas ocho millas al
                  Este, un gran buque de vapor se dibujaba en la línea del horizonte. No pude recono-cer su
                  nacionalidad, en la ausencia de todo pabellón.

                  Unos minutos antes de que el sol pasara por el meridiano, el capitán Nemo tomó el sextante
                  y se puso a observar con una extremada atención. La calma absoluta de la mar facili-taba su
                  operación. El Nautilus, inmóvil, no sufría ni cabeceo nibalanceo.

                  Yo estaba en aquel momento sobre la plataforma. Cuando hubo terminado su observación,
                  el capitán pronunció estas palabras:

                   Es aquí.
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