Page 308 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Once millones, amigo mío.

                   Once millones... Eso es algo que no admitiré nunca, a menos que los cuente yo mismo.

                   Cuéntalos, Conseil. Pero terminarás antes creyéndome. Además, los franceses, los
                  ingleses, los americanos, los da-neses, los noruegos, pescan los abadejos por millares. Se
                  consume en cantidades prodigiosas, y si no fuera por la asombrosa fecundidad de estos
                  peces los mares se verían pronto despoblados de ellos. Solamente en Inglaterra y en
                  Estados Unidos setenta y cinco mil marineros y cinco mil barcos se dedican a la pesca del
                  bacalao. Cada barco captura como promedio unos cuarenta mil, lo que hace unos
                  veinti-cinco millones[L21] . En las costas de Noruega, lo mismo.

                   Bien, creeré al señor y no los contaré.

                   ¿Qué es lo que no contarás?

                   Los once millones de huevos. Pero haré una observa-ción.

                   ¿Cuál?

                   La de que si todos los huevos se lograran bastaría con cuatro bacalaos para alimentar a
                  Inglaterra, a América y a Noruega.

                  Mientras recorríamos los fondos del banco de Terranova vi perfectamente las largas líneas
                  armadas de doscientos an-zuelos que cada barco tiende por docenas. Cada línea, arras-trada
                  por un extremo mediante un pequeño rezón, quedaba retenida en la superficie por un
                  orinque fijado a una boya de corcho. El Nautilus debió maniobrar con pericia en medio de
                  esa red submarina. Pero no permaneció por mucho tiem-po en esos parajes tan
                  frecuentados. Se elevó hasta el gra-do 42 de latitud, a la altura de San Juan de Terranova y
                  de Heart's Content, donde termina el cable transatlántico.

                  En vez de continuar su marcha al Norte, el Nautilus puso rumbo al Este, como si quisiera
                  seguir la llanura telegráfica en la que reposa el cable y cuyo relieve ha sido revelado con
                  gran exactitud por los múltiples sondeos realizados.

                  Fue el 17 de mayo, a unas quinientas millas de Heart’s Content y a dos mil ochocientos
                  metros de profundidad, cuando vi el cable yacente sobre el fondo. Conseil, a quien no le
                  había yo prevenido, lo tomó en un primer momento por una gigantesca serpiente de mar y
                  se dispuso a clasificarla se-gún su método habitual. Hube de desengañar al digno
                  mu-chacho y, para consolarle de su chasco, le referí algunas de las vicisitudes que había
                  registrado la colocación del cable.

                  Se tendió el primer cable durante los años 1857 y 1858, pero tras haber transmitido unos
                  cuatrocientos telegramas cesó de funcionar. En 1863, los ingenieros construyeron un nuevo
                  cable, de tres mil cuatrocientos kilómetros de longi-tud y de cuatro mil quinientas toneladas
                  de peso, que se em-barcó a bordo del Great Eastern. Pero esta tentativa fracasó.
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