Page 312 - veinte mil leguas de viaje submarino
P. 312

Esa manera de hablar, lo imprevisto de la escena, la histo-ria del barco patriota y la
                  emoción con que el extraño perso-naje había pronunciado la últimas palabras, ese nombre
                  de Vengeur, cuya significación no podía escaparme, me impre-sionaron profundamente. No
                  podía dejar de mirar al capi-tán que, con las manos extendidas hacia el mar, contempla-ba,
                  fascinado, los gloriosos restos. Quizá no debiera yo saber jamás quién era, de dónde venía,
                  adónde iba, pero cada vez veía con más claridad al hombre liberarse del sabio. No era una
                  misantropía común la que había encerrado en el Nauti-lus al capitán Nemo y a sus hombres,
                  sino un odio mons-truoso o sublime que el tiempo no podía debilitar.

                  ¿Buscaba ese odio la venganza? El futuro debía darme pronto la respuesta.

                  El Nautilus ascendía ya lentamente hacia la superficie, y poco a poco vi desaparecer las
                  formas confusas del Vengeur. Pronto, un ligero balanceo me indicó que flotábamos en la
                  superficie.

                  En aquel momento, se oyó una sorda detonación. Miré al capitán. Éste no se había movido.

                   ¡Capitán!

                  No respondió.

                  Le dejé y subí a la plataforma. Conseil y Ned Land me ha bían precedido.

                   ¿De dónde viene esa detonación?  pregunté.

                   Un cañonazo  respondió Ned Land.

                  Miré en la dirección del navío que había visto. Se acercaba al Nautilus y se veía que
                  forzaba el vapor. Seis millas le sepa-raban de nosotros.

                   ¿Qué barco es ése, Ned?

                   Por su aparejo y por la altura de sus masteleros -respon-dió el canadiense  apostaría a
                  que es un barco de guerra. ¡Ojalá pueda llegar hasta nosotros y echar a pique a este
                  con-denado Nautilus!

                   ¿Y qué daño podría hacerle al Nautilus, Ned?  dijo Con-seil . ¿Puede atacarle bajo el
                  agua, cañonearle en el fondo del mar?

                   Dígame, Ned, ¿puede usted reconocer la nacionalidad de ese barco?

                  El canadiense frunció las cejas, plegó los párpados, guiñó los ojos y miró fijamente durante
                  algunos instantes al barco con toda la potencia de su mirada.

                  -No, señor. No puedo reconocer la nación a la que perte-nece. No lleva izado el pabellón.
                  Pero sí puedo afirmar que es un barco de guerra, porque en lo alto de su palo mayor ondea
                  un gallardete.
   307   308   309   310   311   312   313   314   315   316   317