Page 307 - veinte mil leguas de viaje submarino
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por la contracorrien-te de agua fría que corre a lo largo de la costa americana. Allí se
amontonan también los bloques errantes que derivan de la ruptura de los hielos. En el banco
se ha formado un vasto «osario» de peces, de moluscos y de zoófitos que perecen en él por
millares.
La profundidad no es considerable en el banco de Terra-nova, algunos centenares de brazas
a lo sumo. Pero hacia el Sur se abre súbitamente una profunda depresión, una sima de tres
mil metros. Ahí es donde se ensancha el Gulf Stream desparramando sus aguas para
convertirse en un mar, al precio de la pérdida de velocidad y de temperatura.
Entre los peces que el Nautilus asustó a su paso, citaré al ci-clóptero, de un metro de largo,
de dorso negruzco y vientre anaranjado, que da a sus congéneres un ejemplo poco segui-do
de fidelidad conyugal; un unernack de gran tamaño, pare-cido a la morena, de color
esmeralda y de un gusto excelente; unos karraks de gruesos ojos, cuyas cabezas tienen
algún pa-recido con la del perro; blenios, ovovivíparos como las ser-pientes; gobios negros
de dos decímetros; macruros de larga cola y de brillos plateados, peces muy rápidos que se
habían aventurado lejos de los mares hiperbóreos.
Las redes recogieron un pez audaz y vigoroso, armado de púas en la cabeza y de aguijones
en las aletas, un verdadero escorpión de dos a tres metros, encarnizado enemigo de los
blenios, de los gados y de los salmones. Era el coto de los ma-res septentrionales, de cuerpo
tuberculado, de color pardo y rojo en las aletas. Los hombres del Nautilus tuvieron alguna
dificultad en apoderarse de ese pez que, gracias a la confor-mación de sus opérculos,
preserva sus órganos respiratorios del contacto desecante del aire y por ello puede vivir
algún tiempo fuera del agua.
Debo dejar constancia también de los bosquianos, peque-ños peces que acompañan a los
navíos por los mares borea-les; de los ableos oxirrincos, propios del Atlántico
septen-trional, y de los rascacios, antes de llegar a los gádidos y, principalmente, los del
inagotable banco de Terranova.
Puede decirse que el bacalao es un pez de la montaña, pues Terranova no es más que una
montaña submarina. Cuando el Nautilus se abrió camino a través de sus apretadas falanges,
Conseil no pudo retener una exclamación:
¡Eso es el bacalao! ¡Y yo que creía que era plano como los gallos y los lenguados!
¡Qué ingenuidad! El bacalao no es plano más que en las tiendas de comestibles donde lo
muestran abierto y extendi-do. En el agua, es un pez fusiforme como el sargo y
perfecta-mente conformado para la marcha.
No tengo más remedio que creer al señor. ¡Qué nube! ¡Qué hormiguero!
Y muchos más habría de no ser por sus enemigos, los rascacios y los hombres. ¿Sabes
cuántos huevos han podido contarse en una sola hembra?
Seamos generosos. Digamos quinientos mil.