Page 302 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Sea, le veré hoy  respondí al canadiense, para evitar que actuara por sí mismo y lo
                  comprometiera todo.

                  Me quedé solo. Decidida así la gestión, resolví llevarla a cabo inmediatamente. Yo prefiero
                  lo hecho a lo por hacer. Volví a mi camarote. Desde allí, oí ruido de pasos en el del capitán
                  Nemo. No debía dejar pasar la ocasión de encontrar-le. Llamé a su puerta, sin obtener
                  contestación. Llamé nue-vamente y luego giré el picaporte. Abrí la puerta y entré. Allí
                  estaba el capitán. Inclinado sobre su mesa de trabajo, pare-cía no haberme oído. Resuelto a
                  no salir sin haberle interro-gado, me acerqué a él. Entonces levantó bruscamente la ca-beza,
                  frunció las cejas y me dijo en un tono bastante rudo:

                  -¿Qué hace usted aquí? ¿Qué quiere de mí?

                   Quiero hablar con usted, capitán.

                  -Estoy ocupado, señor, estoy trabajando. La libertad que le dejo a usted de aislarse, ¿no
                  existe para mí?

                  La recepción no era muy estimulante, que digamos. Pero yo estaba decidido a oír cualquier
                  cosa con tal de hablar con él.

                   Señor  le dije fríamente , tengo que hablarle de un asunto que no me es posible aplazar.

                   ¿Cuál, señor?  respondió irónicamente . ¿Ha hecho us-ted algún descubrimiento que
                  me haya escapado? ¿Le ha en-tregado el mar nuevos secretos?

                  Muy lejos estábamos del caso. Pero antes de que hubiese podido yo responderle, me dijo en
                  un tono más grave, mien-tras me mostraba un manuscrito abierto sobre su mesa:

                   He aquí, señor Aronnax, un manuscrito escrito en varias lenguas. Contiene el resumen de
                  mis estudios sobre el mar y, si Dios quiere, no perecerá conmigo. Este manuscrito, fir-mado
                  con mi nombre, completado con la historia de mi vida, será encerrado en un pequeño
                  aparato insumergible. El último superviviente de todos nosotros a bordo del Nau-tilus
                  lanzará ese aparato al mar. Irá a donde quieran llevarle las olas.

                  ¡El nombre de ese hombre! ¡Su historia, escrita por sí mis-mo! ¿Quedaría, pues, desvelado
                  su misterio un día? Pero en aquel momento yo no vi en esa comunicación más que una
                  entrada en materia.

                   Capitán, no puedo sino aprobar esa idea. El fruto de sus estudios no debe perderse. Pero
                  el medio que piensa em-plear me parece primitivo y arriesgado. ¿Quién sabe adónde los
                  vientos llevarán ese aparato y en qué manos caerá? ¿No podría usted idear algo mejor? ¿No
                  podría usted o uno de los suyos ... ?

                   Jamás, señor  dijo vivamente el capitán, interrumpién-dome.
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