Page 297 - veinte mil leguas de viaje submarino
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¡Qué escena! El desgraciado, asido por el tentáculo y pe-gado a sus ventosas, se balanceaba
                  al capricho de aquella enorme trompa. jadeaba sofocado, ygritaba «¡Socorro! ¡So-corro!».
                  Esos gritos, pronunciados enfrancés, me causaron un profundo estupor. Tenía yo, pues, un
                  compatriota a bor-do, varios tal vez. Durante toda mi vida resonará en mí esa llamada
                  desgarradora.

                  El desgraciado estaba perdido. ¿Quién podría arrancarle a ese poderoso abrazo? El capitán
                  Nemo se precipitó, sin embargo, contra el pulpo, al que de un hachazo le cortó otro brazo.
                  Su segundo luchaba con rabia contra otros mons-truos que se encaramaban por los flancos
                  del Nautilus. La tripulación se batía a hachazos. El canadiense, Conseil y yo hundíamos
                  nuestras armas en las masas carnosas. Un fuerte olor de almizcle apestaba la atmósfera.

                  Por un momento creí que el desgraciado que había sido enlazado por el pulpo podría ser
                  arrancado a la poderosa succión de éste. Siete de sus ocho brazos habían sido ya cortados.
                  Sólo le quedaba uno, el que blandiendo a la víc-tima como una pluma, se retorcía en el aire.
                  Pero en el momento en que el capitán Nemo y su segundo se preci-pitaban hacia él, el
                  animal lanzó una columna de un líqui-do negruzco, secretado por una bolsa alojada en su
                  abdo-men, y nos cegó. Cuando se disipó la nube de tinta, el calamar había desaparecido y
                  con él mi infortunado com-patriota.

                  Una rabia incontenible nos azuzó entonces contra los monstruos, diez o doce de los cuales
                  habían invadido la pla-taforma y los flancos del Nautilus. Rodábamos entremezcla-dos en
                  medio de aquellos haces de serpientes que azotaban la plataforma entre oleadas de sangre y
                  de tinta negra. Se hu-biera dicho que aquellos viscosos tentáculos renacían como las
                  cabezas de la hidra. El arpón de Ned Land se hundía a cada golpe en los ojos glaucos de los
                  calamares y los reventa-ba. Pero mi audaz compañero fue súbitamente derribado por los
                  tentáculos de un monstruo al que no había podido evitar.

                  No sé cómo no se me rompió el corazón de emoción y de horror. El formidable pico del
                  calamar se abrió sobre Ned Land, dispuesto a cortarlo en dos. Yo me precipité en su
                  ayu-da, pero se me anticipó el capitán Nemo. El hacha de éste desapareció entre las dos
                  enormes mandíbulas. Milagrosa-mente salvado, el canadiense se levantó y hundió
                  comple-tamente su arpón hasta el triple corazón del pulpo.

                   Me debía a mí mismo este desquite  dijo el capitán Nemo al canadiense.

                  Ned se inclinó, sin responderle.

                  Un cuarto de hora había durado el combate. Vencidos, mutilados, mortalmente heridos, los
                  monstruos desapare-cieron bajo el agua.

                  Rojo de sangre, inmóvil, cerca del fanal, el capitán Nemo miraba el mar que se había
                  tragado a uno de sus compañe-ros, y gruesas lágrimas corrían de sus ojos.
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