Page 293 - veinte mil leguas de viaje submarino
P. 293

De hecho, tiene razón  intervine yo . He oído hablar de ese cuadro, pero el tema que
                  representa está sacado de una leyenda, y ya sabéis lo que hay que pensar de las leyendas en
                  materia de Historia Natural. Además, cuando se trata de monstruos, la imaginación no
                  conoce límites. No solamente se ha pretendido que esos pulpos podían llevarse a los
                  bar-cos, sino que incluso un tal Olaus Magnus habló de un cefa-lópodo, de una milla de
                  largo, que se parecía más a una isla que a un animal. Se cuenta también que el obispo de
                  Nidros elevó un día un altar sobre una inmensa roca. Terminada su misa, la roca se puso en
                  marcha y regresó al mar. La roca era un pulpo.

                   ¿Y eso es todo?  preguntó el canadiense.

                   No. Otro obispo, Pontoppidan de Berghem, habla igual-mente de un pulpo sobre el que
                  podía maniobrar un regi-miento de caballería.

                   Pues sí que estaban bien de la cabeza los obispos de an-tes  dijo Ned Land.

                   En fin, los naturalistas de la Antigüedad citan mons-truos cuya boca parecía un golfo y
                  que eran demasiado grandes para poder pasar por el estrecho de Gibraltar.

                   ¡Vaya, hombre!  dijo el canadiense.

                   ¿Y qué puede haber de cierto en todos esos relatos?  pre-guntó Conseil.

                   Nada, nada en todo cuanto pasa de los límites de la vero-similitud para desbordarse en la
                  fábula o la leyenda. No obs-tante, la imaginación de los que cuentan estas historias
                  re-quiere si no una causa, al menos un pretexto. No puede negarse que existen pulpos y
                  calamares de gran tamaño, aunque inferior sin embargo al de los cetáceos. Aristóteles
                  comprobó las dimensiones de un calamar que medía tres metros diez. Nuestros pescadores
                  ven con frecuencia piezas de una longitud superior a un metro ochenta. Los museos de
                  Trieste y de Montpellier conservan esqueletos de pulpos que miden dos metros. Además,
                  según el cálculo de los natura-listas, uno de estos animales, de seis pies de largo, debería
                  te-ner tentáculos de veintisiete metros, lo que basta y sobra pará hacer de ellos unos
                  monstruos formidables.

                   ¿Se pescan de esta clase en nuestros días? -preguntó Conseil.

                   Si no se pescan, los marinos los ven, al menos. Uno de mis amigos, el capitán Paul Bos,
                  del Havre, me ha afirmado a menudo que él había encontrado uno de esos monstruos de
                  tamaño colosal en los mares de la India. Pero el hecho más asombroso, que no permite ya
                  negar la existencia de estos animales gigantescos, se produjo hace unos años, en 1861.

                   ¿Qué hecho es ése?  preguntó Ned Land.

                   A ello voy. En 1861, al nordeste de Tenerife, poco más o menos a la latitud en la que
                  ahora nos hallamos, la tripulación del Alecton vio un monstruoso calamar. El comandante
                  Bou-guer se acercó al animal y lo atacó a golpes de arpón y a tiros de fusil, sin gran
                  eficacia, pues balas y arpones atravesaban sus carnes blandas como si fuera una gelatina sin
   288   289   290   291   292   293   294   295   296   297   298