Page 291 - veinte mil leguas de viaje submarino
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aleta pectoral y peces luna plateados dignos de su nombre se le-vantaban sobre el agua
                  como otras tantas lunas con reflejos blancos.

                  ¡Cuántos nuevos y maravillosos especímenes habría po-dido observar aún si el Nautilus no
                  se hubiese adentrado más y más en las capas profundas! Sus planos inclinados le llevaron
                  hasta fondos de dos mil y tres mil quinientos me-tros. Allí la vida animal estaba ya sólo
                  representada por las encrinas, estrellas de mar, magníficos pentacrinos con cabe-za de
                  medusa, cuyos tallos rectos soportaban un pequeño cáliz; trocos, neritias sanguinolentas,
                  fisurelas y grandes moluscos litorales.

                  El 20 de abril nos mantuvimos a una profundidad media de mil quinientos metros. Las
                  tierras más próximas eran las del archipiélago de las Lucayas, islas diseminadas como un
                  montón de adoquines en la superficie del mar. Se elevaban allí altos acantilados
                  submarinos, murallas rectas formadas por bloques desgastados dispuestos en largas hiladas,
                  entre los que se abrían profundos agujeros negros que nuestros rayos eléctricos no
                  conseguían iluminar hasta el fondo. Esas rocas estaban tapizadas de grandes hierbas, de
                  laminarias gigantescas, de fucos enormes. Era una verdadera espaldera de hidrófitos digna
                  de un mundo de titanes.

                  Estas plantas colosales nos llevaron naturalmente a Con-seil, a Ned y a mí a hablar de los
                  animales gigantescos del mar, pues aquéllas están evidentemente destinadas a alimen-tar a
                  éstos. Sin embargo, a través de los cristales del Nautilus, entonces casi inmóvil, no vi sobre
                  los largos filamentos de esas plantas otras variedades que los principales articulados de la
                  división de los braquiuros, lambros de largas patas, can-izreios violáceos v clíos vrovios del
                  mar de las Antillas.

                  Era alrededor de las once cuando Ned Land atrajo mi atención sobre un formidable
                  hormigueo que se producía a través de las grandes algas.

                   Son verdaderas cavernas de pulpos  dije  y no me extra-ñaría ver a algunos de esos
                  monstruos.

                   ¿Qué? ¿Calamares? ¿Simples calamares, de la clase de los cefalópodos?  dijo Conseil.

                   No, pulpos de grandes dimensiones. Pero el amigo Land ha debido equivocarse, pues yo
                  no veo nada  añadí.

                   Lo siento  dijo Conseil-, pues me gustaría mucho ver cara a cara a uno de esos pulpos de
                  los que tanto he oído ha-blar y que pueden llevarse a los barcos hasta el fondo del abismo.
                  A esas bestias les llaman kra...

                  -Cra ... cuentos chinos querrá decir  le interrumpió el ca-nadiense, irónicamente.

                   Krakens  prosiguió Conseil, acabando su frase sin pre-ocuparse de la broma de su
                  compañero.

                   Jamás se me hará creer que existen tales animales.
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