Page 286 - veinte mil leguas de viaje submarino
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evidentemente debidos a la mano del capitán Nemo y traza-dos a partir de sus
observaciones personales.
Durante dos días visitamos aquellas aguas desiertas y profundas en incursiones largas y
diagonales que llevaban al Nautilus a todas las profundidades. Pero el 11 de abril se ele-vó
súbitamente. La tierra reaparecio en la desembocadura del Amazonas, vasto estuario cuyo
caudal es tan considera-ble que desaliniza al mar en un espacio de varias leguas.
Habíamos cortado el ecuador. A veinte millas al Oeste quedaba la Guayana, tierra francesa
en la que hubiésemos hallado fácil refugio. Pero el viento soplaba con fuerza y un simple
bote no hubiera podido enfrentarse a la furia de las olas. Así debió comprenderlo Ned Land,
pues no me habló de ello. Por mi parte, no hice ninguna alusión a sus proyec-tos de fuga,
pues no quería impulsarle a una tentativa infali-blemente destinada al fracaso.
Me resarcí de este retraso con interesantes estudios. Du-rante aquellas dos jornadas del 11 y
12 de abril, el Nautilus navegó en superficie, y sus redes izaron a bordo una pesca
milagrosa de zoófitos, peces y reptiles. La barredera dragó algunos zoófitos, en su mayor
parte unas hermosas fictali-nas pertenecientes a la familia de los actínidos, y entre otras
especies la Phyctalis protexta, originaria de esa parte del océano, pequeño tronco cilíndrico
ornado de líneas vertica-les y moteado de puntos rojos que termina en un maravillo-so
despliegue de tentáculos. Los moluscos recogidos ya me eran familiares, turritelas,
olivas porfirias, de líneas regu-larmente entrecruzadas y cuyas manchas rojas destacaban
vivamente sobre el fondo de color carne; fantásticas pteró-ceras, semeiantes a escorpiones
petrificados; hialas translúcidas; argonautas; sepias de gusto excelente, y algunas espe-cies
de calamares, a los que los naturalistas de la Antigüedad clasificaban entre los peces
voladores, y que sirven princi-palmente de cebo para la pesca del bacalao.
Entre los peces de esos parajes que no había tenido aún la ocasión de estudiar, anoté
diversas especies. Entre los carti-laginosos, los petromizones, especie de anguilas de quince
pulgadas de longitud, con la cabeza verdosa, las aletas viole-tas, el dorso gris azulado, el
vientre marrón y plateado con motas de vivos colores y el iris de los ojos en un círculo de
oro, curiosos animales a los que la corriente del Amazonas había debido arrastrar hasta alta
mar, pues habitan las aguas dulces. También unas rayas tuberculadas de puntiagudo
ho-cico, de cola larga y suelta, armadas de un largo aguijón den-tado; pequeños escualos de
un metro, de piel gris y blancuz-ca, cuyos dientes, dispuestos en varias filas, se curvan
hacia atrás, yque se conocen vulgarmente con el nombre de «pan-tuflas»; lofios
vespertilios, como triángulos isósceles, roji-zos, de medio metro aproximadamente, cuyos
pectorales tienen unas prolongaciones carnosas que les dan el aspecto de murciélagos pero
a los que su apéndice córneo, situado cerca de las fosas nasales, les ha dado el nombre de
unicor-nios marinos; en fin, algunas especies de balistes, el curasa-viano, cuyos flancos
punteados brillan como el oro, y el ca-prisco, violeta claro de sedosos matices como el
cuello de una paloma.
Terminaré esta nomenclatura un tanto seca pero muy exacta con la serie de los peces óseos
que observé: apteró-notos, con el hocico muy obtuso y blanco como la nieve, en contraste
con el negro brillante del cuerpo, y que están pro-vistos de una tira carnosa muy larga y
suelta; odontognatos, con sus aguijones; sardinas de tres decímetros de largo,