Page 282 - veinte mil leguas de viaje submarino
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17. Del cabo de Hornos al Amazonas



                  Imposible me sería decir cómo llegué a la plataforma. Tal vez me llevó el canadiense. Pero
                  estaba allí, respirando, in-halando el aire vivificante del mar: Junto a mí, mis dos
                  com-pañeros se embriagaban también con las frescas moléculas del aire marino.

                  Quienes, por desgracia, han estado demasiado tiempo privados de alimento no pueden
                  lanzarse sin riesgo sobre la primera comida que se les presente. Nada nos obligaba a
                  no-sotros, por el contrario, a moderarnos; podíamos aspirar a pleno pulmón los átomos de
                  la atmósfera, y era la brisa, aquella brisa, la que nos infundía una voluptuosa embria-guez.

                   ¡Ah, qué bueno es el oxígeno!  decía Conseil . Que el se-ñor respire a sus anchas, no
                  tema respirar, que hay aire para todo el mundo.

                  Ned Land no hablaba, pero en sus poderosas aspiraciones abría una boca para hacer temblar
                  a un tiburón. El cana-diense «tiraba» como una estufa en plena combustión.

                  Recobramos en breve nuestras fuerzas. Al mirar en torno mío vi que nos hallábamos solos
                  en la plataforma. Ningún hombre de la tripulación, ni tan siquiera el capitán Nemo, había
                  subido a delectarse al aire libre. Los extraños marinos del Nautilus se habían contentado
                  con el aire que circulaba por su interior.

                  Mis primeras palabras fueron para expresar a mis compa-ñeros mi gratitud. Ambos habían
                  prolongado mi existencia durante las últimas horas de mi larga agonía. No había grati-tud
                  suficiente para corresponder a tanta abnegación.

                   ¡Bah, señor profesor!, no vale la pena hablar de eso  dijo Ned Land . ¿Qué mérito hay
                  en ello? Ninguno. No era más que una cuestión de aritmética. Su existencia valía más que
                  la nuestra, luego había que conservarla.

                   No, Ned respondí . No valía más. Nadie es superior a un hombre bueno y generoso, y
                  usted lo es.

                   Está bien, está bien  decía, turbado, el canadiense.

                   Y tú, mi buen Conseil, has sufrido mucho.

                   Pero no demasiado, créame el señon Me faltaba un poco de aire, sí, pero creo que hubiera
                  ido acostumbrándome. Además, ver cómo el señor iba asfixiándose me quitaba las ganas de
                  respirar, como se dice, me cortaba la respi...

                  No acabó Conseil su frase, avergonzado de haberse desli-zado por la trivialidad.

                  Vivamente emocionado, les dije:
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