Page 285 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Nuestras redes recogieron magníficos espécimenes de al-gas en aquellos parajes, y en
particular un cierto fuco cuyas raíces estaban cargadas de mejillones, que son los mejores
del mundo. Ocas y patos se abatieron por docenas sobre la plataforma y pasaron a ocupar
su sitio en la despensa de a bordo.
Entre los peces me llamaron particularmente la atención unos óseos pertenecientes al
género de los gobios, y otros del mismo género, de dos decímetros de largo, sembrados de
motas blancuzcas y amarillas. Admiré también numero-sas medusas, y las más bellas del
género, por cierto, las cri-saoras, propias de las aguas que bañan las Malvinas. Unas veces
parecían sombrillas semiesféricas muy lisas, surcadas por líneas de un rojo oscuro y
terminadas en doce festones regulares, y otras, parecían canastillos invertidos de los que se
escapaban graciosamente anchas hojas y largas ramitas rojas. Nadaban agitando sus cuatro
brazos foliáceos, y deja-ban flotar a la deriva sus opulentas cabelleras de tentáculos. Me
hubiera gustado conservar alguna muestra de estos delicados zoófitos, pero no son más que
nubes sombras, apa-riencias, que se funden y se evaporan fuera de su elemento natal.
Cuando las últimas cumbres de las Malvinas desaparecie-ron en el horizonte, el Nautilus se
sumergió a unos veinte o veinticinco metros de profundidad y continuó bordeando la costa
americana.
El capitán Nemo continuaba sin aparecer.
No abandonamos los parajes de la Patagonia hasta el 3 de abril. Navegando
alternativamente en superficie y en inmer-sión, el Nautilus dejó atrás el ancho estuario
formado por la desembocadura del Río de la Plata, y se halló el 4 de abril frente a las costas
del Uruguay, pero a unas cincuenta millas de las mismas. Mantenía su rumbo Norte y
seguía las largas sinuosidades de la América meridional.
Habíamos recorrido ya dieciséis mil leguas desde nuestro embarque en los mares del Japón.
Hacia las once de la maña-na de aquel día, cortamos el trópico de Capricornio por el
meridiano 37 y pasamos a lo largo del cabo Frío. Para decep-ción de Ned Land, al capitán
Nemo no parecía gustarle la ve-cindad de las costas habitadas del Brasil, pues marchaba
con una velocidad vertiginosa. Ni un pez, ni un pájaro, por rápi-dos que fueran, podían
seguirnos, y en esas condiciones las curiosidades naturales de aquellos mares escaparon a
mi observación. Durante varios días se mantuvo esa rapidez, y en la tarde del 9 de abril
avistábamos la punta más oriental de América del Sur, la que forma el cabo San Roque.
Pero el Nautilus se desvió nuevamente y fue a buscar, a mayores profundidades, un valle
submarino formado entre ese cabo y Sierra Leona, en la costa africana. Ese valle se bifurca
a la altura de las Antillas y termina, al Norte, en una enorme de-presión de nueve mil
metros. En esa zona, el corte geológico del océano forma hasta las pequeñas Antillas un
acantilado de seis kilómetros cortado a pico, y otra muralla no menos considerable a la
altura de las islas del Cabo Verde, que encierran todo el continente sumergido de la
Atlántida. El fon-do del inmenso valle está accidentado por algunas montañas que
proporcionan aspectos pintorescos a esas profundida-des submarinas. Al hablar de esto lo
hago siguiendo los ma-pas manuscritos contenidos en la biblioteca del Nautilus,