Page 284 - veinte mil leguas de viaje submarino
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En todo caso  añadió Conseil , el capitán Nemo es un gran hombre, y no lamentaremos
                  haberle conocido.

                   Sobre todo cuando le hayamos dejado  replicó Ned Land.

                  Al día siguiente, primero de abril, cuando el Nautilus emergió a la superficie, unos minutos
                  antes de mediodía, vi-mos tierra al Oeste. Era la Tierra del Fuego, a la que los pri-meros
                  navegantes dieron tal nombre al ver las numerosas humaredas que se elevaban de las
                  chozas de los indígenas.

                  La Tierra de Fuego constituye una vasta aglomeración de islas que se extienden sobre
                  treinta leguas de longitud y ochenta de anchura, entre los 530 y los 560 de latitud austral y
                  los 670 50' y 770 15' de longitud occidental. La costa me pa-reció baja, pero a lo lejos se
                  erguían altas montañas. Entre ellas me pareció entrever el monte Sarmiento, de dos mil
                  se-tenta metros de altura sobre el nivel del mar, un bloque pira-midal de esquisto con una
                  cima muy aguda, y que según esté despejada o velada por la bruma, me dijo Ned Land:
                  «anun-cia el buen o el mal tiempo».

                   Un excelente barómetro, amigo mío.

                   Sí, señor profesor, un barómetro natural que nunca me ha engañado cuando navegaba por
                  los pasos del estrecho de Magallanes.

                  En aquel momento el pico se mostraba nítidamente re-cortado sobre el fondo del cielo. Era
                  un presagio de buen tiempo. Y se confirmó.

                  Ya en inmersión, el Nautilus se aproximó a la costa, a lo largo de la cual navegó por
                  espacio de varias millas. A través de los cristales del salón vi largas lianas y fucos
                  gigantescos, esos varechs porta peras de los que el mar libre del Polo con-tenía algunos
                  especímenes; con sus filamentos viscosos y li-sos, medían hasta trescientos metros de
                  longitud; verdade-ros cables, más gruesos que el pulgar, y muy resistentes, sirven a menudo
                  de amarras a los navíos. Otras hierbas co-nocidas con el nombre de velp, de hojas de cuatro
                  pies de lar-go, pegadas a las concreciones coralígenas, tapizaban los fondos y servían de
                  nido y de alimento a miríadas de crustá-ceos y de moluscos, cangrejos y sepias. Allí, las
                  focas y las nutrias se daban espléndidos banquetes, mezclando la carne del pez y las
                  legumbres del mar, según la costumbre in-glesa.

                  El Nautilus pasaba con una extrema rapidez sobre aque-llos fondos grasos y lujuriantes. A
                  la caída del día se hallaba cerca de las islas Malvinas, cuyas ásperas cumbres pude ver al
                  día siguiente. La profundidad del mar era allí escasa, lo que me hizo pensar que esas dos
                  islas rodeadas de un gran número de islotes debieron formar parte en otro tiempo de las
                  tierras magallánicas. Las Malvinas fueron probable-mente descubiertas por el célebre John
                  Davis, que les impu-so el nombre de Davis Southern Islands. Más tarde, Ri-chard
                  Hawkins las llamó Maiden-Islands, islas de la Virgen. Luego recibieron el nombre de
                  Malouines, al co-mienzo del siglo XVIII, por unos pescadores de Saint Malo, y, por
                  último, el de Falkland por los ingleses, a quienes ac-tualmente pertenecen.
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