Page 298 - veinte mil leguas de viaje submarino
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19. El Gulf Stream



                  Ninguno de nosotros podrá olvidar jamás aquella terri-ble escena del 20 de abril. La he
                  escrito bajo el imperio de una violenta emoción. He repasado luego mi relato, y se lo he
                  leído a Conseil y al canadiense. Lo han encontrado lleno de exactitud en los hechos, pero
                  insuficiente en su expresivi-dad. Y es que para describir tales cuadros haría falta la plu-ma
                  del más ilustre de nuestros poetas, el autor de Los traba-jadores del mar[L20] .

                  He dicho que el capitán Nemo lloraba mirando al mar. In-menso fue su dolor. Era el
                  segundo compañero que perdía desde nuestra llegada a bordo. ¡Y qué muerte! Aquel
                  amigo, aplastado, asfixiado, roto por el formidable brazo de un pul-po, triturado por sus
                  mandíbulas de hierro, no debía repo-sar con sus compañeros en las apacibles aguas del
                  cemente-rio de coral.

                  Lo que me había desgarrado el corazón, en medio de aquella lucha, fue el grito de
                  desesperación del desgraciado, ese pobre francés que olvidando su lenguaje de convención
                  había recuperado la lengua de su país y de su madre en su llamamiento supremo. Tenía yo,
                  pues, un compatriota entre la tripulación del Nautilus, asociada en cuerpo y alma al ca-pitán
                  Nemo, que como éste huía del contacto con los hom-bres. ¿Sería el único que representara
                  a Francia en esa miste-riosa asociación, evidentemente compuesta de individuos de
                  nacionalidades diversas? Éste era otro de los insolubles problemas que me planteaba sin
                  cesar.

                  El capitán Nemo retornó a su camarote, y durante bastan-te tiempo no volví a verle. De su
                  tristeza, desesperación e irresolución cabía hacerse una idea por la conducta del na-vío de
                  quien él era el alma y al que comunicaba todas sus im-presiones. El Nautilus no seguía ya
                  ninguna dirección deter-minada; iba, venía y flotaba como un cadáver a merced de las olas.
                  La hélice estaba ya liberada, pero apenas se servía de ella. Navegaba al azar. Parecía no
                  poder arrancarse al es-cenario de su última lucha, a ese mar que había devorado a uno de
                  los suyos.

                  Diez días transcurrieron así, hasta el 1 de mayo. Ese día, el Nautilus reemprendió su marcha
                  al Norte, tras haber avista-do las Lucayas, ante la abertura del canal de las Bahamas.
                  Se-guimos entonces la corriente del mayor río marino, que tie-ne sus orillas, sus peces y su
                  temperatura propias. Hablo del Gulf Stream.

                  Es un río, en efecto. Corre libremente por el Atlántico, y sus aguas no se mezclan con las
                  oceánicas. Es un río salado, más salado que el mar que le rodea. Su profundidad media es
                  de tres mil pies y su anchura media de sesenta millas. En algunos lugares, su corriente
                  marcha a la velocidad de cua-tro kilómetros por hora. El invariable volumen de sus aguas
                  es más considerable que el de todos los ríos del Globo.

                  La verdadera fuente del Gulf Stream, reconocida por el comandante Maury, o su punto de
                  partida, si se prefiere, está situada en el golfo de Gascuña. Allí, sus aguas, aún débiles de
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