Page 301 - veinte mil leguas de viaje submarino
P. 301

Vuelvo a mi idea. Hay que hablar con el capitán. Usted no le dijo nada cuando estuvimos
                  en los mares de su país. Yo quiero hablar, ahora que estamos en los mares del mío. ¡Cuando
                  pienso que, dentro de unos días, el Nautilus va a encontrarse a la altura de la Nueva
                  Escocia, y que allí, hacia Terranova, se abre una ancha bahía, que en esa bahía desem-boca
                  el San Lorenzo, mi río, el río de Quebec, mi ciudad natal! ¡Cuando pienso en eso me
                  enfurezco y se me ponen los pelos de punta! Mire, señor, creo que voy a terminar
                  ti-rándome al mar. No me quedaré aquí. No aguanto más. Me asfixio aquí.

                  El canadiense había llegado evidentemente al límite de la paciencia. Su vigorosa naturaleza
                  no podía acomodarse a tan prolongado aprisionamiento. Su fisonomía se alteraba de día en
                  día. Su carácter se tornaba cada vez más sombrío. Yo comprendía sus sufrimientos, pues
                  también a mí me em-bargaba la nostalgia. Casi siete meses habían pasado sin que
                  tuviésemos noticia de la tierra. Además, el aislamiento del capitán Nemo, su cambio de
                  humor, sobre todo desde el combate con los pulpos, su taciturnidad, me hacían ver las cosas
                  de un modo diferente y ya no sentía el entusiasmo de los primeros tiempos. Había que ser
                  un flamenco como Conseil para aceptar esa situación en ese medio reservado a los cetáceos
                  y a otros habitantes del mar. Verdaderamente, si el buen Conseil hubiera tenido branquias
                  en vez de pulmo-nes habría sido un pez distinguido.

                   Y bien, señor, ¿qué dice usted? -añadió Ned Land, al ver que yo no respondía.

                   Bueno, Ned, ¿lo que usted quiere es que pregunte al ca-pitán Nemo cuáles son sus
                  intenciones para con nosotros? ¿Es eso?

                   Sí, señor.

                   Y eso ¿aunque ya nos las haya dado a conocer?

                   Sí. Por última vez, quiero saber a qué atenerme. Si usted quiere, hable por mí solo, en mi
                  nombre únicamente.

                  -El caso es que le encuentro muy raramente. Parece evi-tarme.

                   Razón de más para ir a verle.

                   Sea, le interrogaré, Ned.

                   ¿Cuándo?

                   Cuando le encuentre.

                   Señor Aronnax, ¿quiere usted que vaya yo mismo a bus-carle?

                   No, déjeme hacer a mí. Mañana...

                   Hoy mismo.
   296   297   298   299   300   301   302   303   304   305   306