Page 101 - Matilda
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Sujetándolo aún por las orejas, la Trunchbull lo bajó y lo dejó en su asiento.
Luego, se dirigió marcialmente al frente de la clase, sacudiéndose las manos
como si hubiera estado manejando algo sucio.
—Ésa es la forma de enseñarles, señorita Honey —dijo—. No basta
decírselo, hágame caso. Hay que metérselo en la cabeza. No hay nada como
unos tirones y unos pescozones para que recuerden las cosas. Eso hace que sus
mentes se concentren maravillosamente bien.
—Podría producirles lesiones permanentes, señorita Trunchbull —dijo la
señorita Honey.
—Seguro que lo he hecho, seguro —respondió la Trunchbull sonriendo—. Las
orejas de Eric han debido de alargarse bastante en los dos últimos minutos. Ahora
serán mayores que antes. No hay nada malo en eso, señorita Honey. Durante el
resto de su vida tendrá un divertido aspecto de gnomo.
—Pero, señorita Trunchbull…
—¡Oh, cállese ya, señorita Honey! Es usted tan tonta como cualquiera de
ellos. Si no lo soporta usted, búsquese trabajo en alguna blandengue escuela
privada para mocosos ricos. Cuando lleve tanto tiempo como yo dando clases, se
dará cuenta de que no es bueno ser amable con los niños. Lea Nicholas Nickleby
de Dickens, señorita Honey. Lea lo que hacía el señor Wackford Squeers, el
admirable director del colegio Dotheboys. El sí que sabía cómo manejar a esas
pequeñas bestias, ¿no? Sabía cómo emplear el látigo. Procuraba que sus traseros
estuvieran tan calientes que podían freírse sobre ellos huevos y tocino. ¡Un buen
libro! Pero supongo que ninguno del puñado de retrasados mentales que tenemos
aquí lo leerá nunca, porque, por su aspecto, ni siquiera aprenderán a leer.
—Yo lo he leído, señorita Trunchbull —dijo Matilda, tranquilamente.
La Trunchbull volvió la cabeza y miró atentamente a la pequeña de pelo