Page 99 - Matilda
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Deberían ocultarlos de la vista y guardarlos en cajas, como las pinzas del pelo y
los botones. Nunca pude explicarme por qué tardan tanto los niños en crecer.
Creo que lo hacen a propósito.
Otro chico valiente de la primera fila dijo:
—Pero, seguramente, usted habrá sido pequeña alguna vez, ¿no, señorita
Trunchbull?
—¡Yo nunca he sido pequeña! —rugió—. ¡Toda mi vida he sido grande y no
entiendo por qué no pueden serlo otros también!
—Pero usted debió de empezar siendo un bebé —dijo el niño.
—¿Yo? ¿Un bebé? —gritó la Trunchbull—. ¿Cómo te atreves a suponer una
cosa así? ¡Qué frescura! ¡Qué insolencia! ¿Cómo te llamas, chico? ¡Y ponte de
pie cuando me hables!
El chico se puso en pie.
—Me llamo Erick Ink, señorita Trunchbull —dijo.
—¿Eric, qué? —gritó la Trunchbull.
—Ink —dijo el chico.
—¡No seas animal! ¡Ese apellido no existe! [3]
—Mire en la guía telefónica —dijo Eric—. Allí encontrará el apellido de mi
padre.
—Está bien —dijo la Trunchbull—. Puede que te apellides Ink, jovencito,
pero deja que te diga algo. Tú no eres indeleble. Si tratas de dártelas de listo
conmigo, te borro enseguida. Deletrea « que» .
—No entiendo —dijo Eric—. ¿Qué quiere que deletree?
—¡Que deletrees « que» , idiota! ¡Deletrea la palabra « que» !
—Q… E —dijo Eric, contestando demasiado rápidamente.
Hubo un peligroso silencio.
—Te daré una oportunidad más —dijo la Trunchbull sin moverse.
—¡Ah, sí, ya lo sé! —dijo Eric—. Es con K. K… E. Es fácil.
En dos zancadas, la Trunchbull se colocó detrás del pupitre de Eric y se quedó
allí, como un poste amenazador cerniéndose sobre el infeliz. Eric miró
temerosamente hacia atrás, por encima del hombro, al monstruo.
—Lo he dicho bien, ¿no?
—¡Lo has dicho mal! —rugió la Trunchbull—. La verdad es que eres como
esa odiosa picadura de viruela que siempre está mal. ¡Te sientas mal! ¡Tu
aspecto es horrible! ¡Hablas fatal! ¡No hay nada bueno en ti! Te voy a dar otra
oportunidad para que lo digas bien. ¡Deletrea « que» !
Eric vaciló. Luego, muy despacio, dijo:
—No es Q… E y tampoco K… E. ¡Ah, ya sé! ¡Tiene que ser K… U… E!
La Trunchbull agarró las orejas de Eric, una con cada mano, sujetándolas
con el dedo índice y el pulgar.
—¡Ay! —gritó Eric—. ¡Ay! ¡Me está haciendo daño!