Page 94 - Matilda
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—Eso es todo —dijo Nigel—, a menos que quiera también mi segundo
apellido —era un pequeñajo valiente y se notaba que procuraba no dejarse
amedrentar por el monstruo que se inclinaba sobre él.
—¡No quiero tu segundo apellido, imbécil! —vociferó el monstruo—. ¿Cómo
me llamo yo?
—Señorita Trunchbull —dijo Nigel.
—¡Entonces úsalo cuando te dirijas a mí! Ahora, intentémoslo de nuevo.
¿Cómo te llamas?
—Nigel Hicks, señorita Trunchbull —respondió Nigel.
—Así está mejor —dijo la señorita Trunchbull—. Tus manos están sucias,
Nigel. ¿Cuándo te las has lavado por última vez?
—Bueno, no sé, déjeme pensar —dijo Nigel—. Es difícil recordarlo
exactamente. Puede que fuese ayer, o, quizá, anteayer.
El cuerpo y el rostro de la Trunchbull dieron la impresión de que los
hinchaban con una bomba de bicicleta.
—¡Lo sabía! —rugió—. ¡En cuanto te eché el ojo encima supe que no eras
más que un trozo de inmundicia! ¿Qué es tu padre? ¿Se dedica a limpiar cloacas?
—Es médico —dijo Nigel—. Y bastante bueno. Dice que, como de todas
formas estamos llenos de bacterias, un poco más de suciedad no mata a nadie.
—Me alegro de que no sea mi médico —dijo la Trunchbull—. ¿Y por qué