Page 91 - Matilda
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Lavender  no  creía  eso  en  absoluto,  pero  no  quería  correr  el  riesgo  de  que  lo
      fuera.
        Finalmente,  se  las  arregló  para  correr  la  tapa  y  la  salamandra  fue  suya.
      Luego, abrió un poquito la tapa para que el animal pudiera respirar.
        Al día siguiente llevó su arma secreta a la escuela en la mochila. Temblaba
      de emoción. Deseaba contarle a Matilda su plan de batalla. La verdad es que le
      hubiera gustado contárselo a toda la clase. Pero, por último, decidió no decírselo
      a  nadie.  Así  sería  mejor  porque,  aunque  torturaran  a  alguien  ferozmente,  no
      podría echarle la culpa a ella.
        Llegó la hora del almuerzo. Ese día pusieron el plato preferido de Lavender,
      salchichas y alubias estofadas, pero apenas pudo comer.
        —¿Te encuentras bien, Lavender? —le preguntó la señorita Honey desde la
      cabecera de la mesa.
        —He desayunado mucho —respondió Lavender— y no puedo comer nada.
        Inmediatamente después del almuerzo, se dirigió a la cocina y buscó una de
      las famosas jarras de la Trunchbull. Era grande y ventruda, de loza esmaltada de
      azul. La llenó de agua hasta la mitad y la llevó, junto con un vaso, a la clase,
      donde  la  colocó  sobre  la  mesa  de  la  profesora.  La  clase  estaba  aún  desierta.
      Rápida como un rayo, sacó el estuche de la mochila y abrió la tapa un poquito.
      La salamandra estaba bastante tranquila. Situó el estuche con cuidado encima del
      cuello  de  la  jarra,  corrió  del  todo  la  tapa  y  volcó  la  salamandra  dentro  de  la
      jarra. Se escuchó un chapuzón al caer al agua y se agitó unos segundos antes de
      quedarse  quieta.  Luego,  para  que  la  salamandra  se  encontrara  más  en  su
      elemento, volcó dentro de la jarra las plantitas que había colocado en el estuche.











        La hazaña ya estaba hecha. Todo estaba listo. Lavender metió sus lápices en
      el estuche, que estaba algo húmedo, y lo dejó en su sitio habitual, en su pupitre.
      Luego, salió de la clase y se reunió con los demás en el patio de recreo hasta que
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