Page 89 - Matilda
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junto con un vaso vacío limpio, poco antes de que empiece la clase.
—¿Y si no hay ninguna jarra en la cocina? —preguntó Lavender.
—En la cocina hay una docena de jarras y vasos para la directora —dijo la
señorita Honey—. Se utilizan en toda la escuela.
—No lo olvidaré —dijo Lavender—, se lo aseguro.
La mente intrigante de Lavender estaba dándole vueltas a las posibilidades
que le ofrecía aquella tarea de la jarra de agua. Anhelaba poder hacer algo
heroico. Admiraba enormemente a Hortensia por las valientes proezas que había
realizado en la escuela. Admiraba también a Matilda, que le había contado, con
la promesa de no decir nada, el asunto del loro, así como el cambio de tónico
capilar, con el que había aclarado el pelo de su padre. Ahora era su turno de
convertirse en heroína, siempre que se le ocurriera un plan brillante.
Esa tarde, en el trayecto de la escuela a su casa, comenzó a barajar las
distintas posibilidades y, cuando por fin se le ocurrió el germen de lo que podía
ser una gran idea, empezó a darle vueltas y trazó sus planes con el mismo
cuidado que puso el duque de Wellington antes de la batalla de Waterloo. Cierto es
que el enemigo no era en este caso Napoleón, pero no había nadie en la escuela
que admitiera que la directora era un adversario menos temible que el famoso
general francés. Lavender se dijo que tendría que realizarlo con gran habilidad y
guardar el secreto si quería salir con vida de aquella empresa.
Al fondo del jardín de la casa de Lavender había una charca fangosa en la
que vivía una colonia de salamandras acuáticas. Estos animales, aunque muy
corrientes en las charcas y lagunas inglesas, no son muy conocidos por la gente