Page 93 - Matilda
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El examen semanal
      A  las dos en punto se reunió la clase, incluida la señorita Honey, que vio que la
        jarra de agua y el vaso estaban en su sitio. Se situó al fondo de la clase. Todos
      aguardaban. De pronto, hizo su entrada con aire marcial la gigantesca figura de
      la directora, con su guardapolvo ceñido a la cintura y sus pantalones verdes.
        —Buenas tardes, niños —dijo con voz potente.
        —Buenas tardes, señorita Trunchbull —respondieron los niños a coro.
        La  directora  se  situó  frente  a  los  alumnos,  con  las  piernas  abiertas  y  las
      manos en las caderas, mirando desabridamente a los pequeños que permanecían
      sentados, nerviosos, en sus pupitres.
        —No  es  un  espectáculo  muy  bonito  —dijo.  Su  expresión  era  de  profundo
      disgusto, como si estuviera contemplando la inmundicia que hubiera podido dejar
      un perro en el suelo—. ¡Sois un puñado de nauseabundas verrugas!
        Todos tuvieron el buen sentido de permanecer callados.
        —Me da náuseas pensar —prosiguió— que, durante los próximos seis años,
      voy a tener que ocuparme de un hatajo de inútiles como vosotros. Ya veo que
      tendré que expulsar lo antes posible a muchos de vosotros para no volverme loca
      —hizo  una  pausa  y  resopló  varias  veces.  Producía  un  sonido  curioso.  Era  el
      mismo  que  puede  escucharse  en  una  cuadra  cuando  se  da  de  comer  a  los
      caballos—.  Supongo  —prosiguió—  que  vuestras  madres  y  vuestros  padres  os
      dirán que sois maravillosos. Pues bien, yo estoy aquí para deciros lo contrario, y
      haríais bien en creerme. ¡Poneos de pie!
        Todos se incorporaron rápidamente.
        —Ahora,  extended  las  manos.  Cuando  yo  pase  delante  de  vosotros,  quiero
      que las volváis para ver si están limpias por ambos lados.
        La  Trunchbull  inició  un  lento  recorrido  por  entre  las  filas  de  pupitres,
      inspeccionando manos. Todo fue bien hasta que llegó a un niño de la segunda fila.
        —¿Cómo te llamas? —le preguntó con voz potente.
        —Nigel —respondió el niño.
        —¿Nigel, qué?
        —Nigel Hicks —dijo el niño.
        —¿Nigel Hicks, qué? —vociferó la Trunchbull.
        Lo dijo con voz tan potente que casi hizo volar al pequeño por la ventana.
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