Page 85 - Matilda
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El chico cortó un tercer trozo y comenzó a comérselo. Terminó éste antes que
los otros dos y, al acabar, cogió inmediatamente el cuchillo y cortó otro trozo. De
forma extraña, parecía ir cogiendo el ritmo.
Matilda, que observaba atentamente la escena, no apreció aún signos de
angustia en el chico. Si acaso, parecía ir adquiriendo confianza mientras
proseguía.
—Lo está haciendo bien —murmuró Matilda.
—Pronto estará enfermo —susurró a su vez Lavender—. Va a ser horrible.
Cuando se hubo comido la mitad de la enorme tarta, Bruce Bogtrotter se
detuvo un par de segundos e hizo varias inspiraciones profundas. La Trunchbull
permanecía en pie, con las manos en las caderas, mirándole airadamente.
—¡Sigue! —gritó—. ¡Acábatela!
De repente, el chico dejó escapar un tremendo eructo que resonó en el salón
de actos como un trueno. Muchos de los espectadores se rieron.
—¡Silencio! —gritó la Trunchbull.
El chico cortó otro grueso trozo y comenzó a comérselo rápidamente. Aún no
mostraba signos de decaimiento o de querer abandonar. Realmente no parecía
que estuviera a punto de detenerse y gritar: « ¡No puedo, no puedo comer más!
¡Me voy a poner enfermo!» . Aún seguía en combate.
Se estaba produciendo un sutil cambio en los doscientos cincuenta niños que
presenciaban la escena. Hasta entonces habían previsto un inevitable desastre. Se
habían preparado para una escena desagradable, en la que el desdichado chico,
atiborrado de tarta de chocolate, tendría que rendirse y suplicar perdón y,
entonces, verían a la triunfante Trunchbull obligando al jadeante muchacho a
engullir más trozos de tarta.
Nada de eso. Bruce Bogtrotter se había tomado ya tres cuartas partes y aún
seguía bien. Podría pensarse que casi estaba empezando a disfrutar. Tenía que
escalar una montaña y estaba decidido a alcanzar la cima o a morir en el
empeño. Es más, se había dado cuenta de los espectadores y de que,