Page 82 - Matilda
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fusta, con la que no cesaba de darse golpecitos en el muslo. Eso era un pequeño
consuelo, pero no mucho, porque las reacciones de la Trunchbull eran totalmente
imprevisibles. Nunca se sabía lo que iba a hacer a continuación.
—Ya lo ve, cocinera —afirmó sarcásticamente la Trunchbull—. A Bogtrotter
le gusta su tarta. Adora su tarta. ¿Tiene usted más tarta para él?
—Claro que sí —dijo la cocinera.
Parecía haberse aprendido su papel de memoria.
—Entonces vaya y tráigala. Y traiga un cuchillo para partirla.
La cocinera desapareció. Regresó casi al instante, tambaleándose bajo el
peso de una enorme tarta redonda de chocolate en una fuente de porcelana. La
tarta tenía fácilmente cuarenta y cinco centímetros de diámetro y estaba
recubierta de chocolate glaseado.
—Póngala en la mesa —ordenó la Trunchbull.
En el centro del estrado había una pequeña mesa con una silla a su lado. La
cocinera dejó cuidadosamente la tarta en la mesa.
—Siéntate, Bogtrotter —dijo la Trunchbull—. Siéntate ahí.
El chico se acercó con precaución a la mesa y se sentó. Contempló la
gigantesca tarta.
—Ahí la tienes, Bogtrotter —continuó la Trunchbull, con voz de nuevo suave,
persuasiva, incluso amable—. Es toda tuya, toda entera. Como te gustó tanto ese
trozo que te comiste ayer, le ordené a la cocinera que hiciera una