Page 78 - Matilda
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Bruce Bogtrotter y la tarta
¿C ÓMO no le hacen nada? —le dijo Lavender a Matilda—. Sin duda los niños se
lo cuentan a sus padres en casa. Yo estoy segura de que mi padre armaría un
escándalo si le dijera que la directora me ha agarrado por el pelo y me ha
lanzado por encima de la cerca del patio.
—No, no lo haría —dijo Matilda—, y te voy a decir por qué. Sencillamente,
porque no te creería.
—Claro que me creería.
—No —dijo Matilda—. Y la razón está clara. Tu historia resultaría demasiado
ridícula para creerla. Ése es el gran secreto de la Trunchbull.
—¿Cuál? —preguntó Lavender.
—No hacer nunca nada a medias si quieres salirte con la tuya. Ser
extravagante. Poner toda la carne en el asador. Estoy segura de que todo lo que
hace es tan completamente disparatado que resulta increíble. Ningún padre se
creería la historia de las coletas aunque pasara un millón de años. Los míos,
desde luego, no. Me llamarían embustera.
—En ese caso —dijo Lavender—, la madre de Amanda no le va a cortar las
coletas.
—No, claro que no —dijo Matilda—. Será Amanda la que se las corte. Ya lo
verás.
—¿Crees que está loca? —preguntó Lavender.
—¿Quién?
—La Trunchbull.
—No, yo no creo que esté loca —dijo Matilda—, pero es muy peligrosa.
Estar en esta escuela es como estar con una cobra dentro de una jaula. Hay que
tener mucho cuidado.
Al día siguiente, sin ir más lejos, tuvieron otro ejemplo de lo peligrosa que
podía resultar la directora. Durante el almuerzo se anunció que, al terminar, se
reunirían todos en el salón de actos.
Cuando los doscientos cincuenta chicos y chicas estuvieron sentados en el
salón, la Trunchbull se dirigió al estrado. No iba con ningún otro profesor. Llevaba
una fusta en la mano derecha. Se plantó en el centro del estrado, con sus
pantalones verdes y las piernas separadas, mirando airadamente al mar de