Page 58 - Matilda
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era su hija. Aún no conozco a esa mocosa, pero cuando lo haga se va a enterar.
      Su padre dijo que era una verdadera pesadilla.
        —¡Oh, no, señora directora, eso no puede ser cierto! —exclamó la señorita
      Honey.
        —¡Oh,  sí,  señorita  Honey,  es  condenadamente  cierto!  Es  más,  ahora  que
      caigo,  apuesto  cualquier  cosa  a  que  fue  ella  la  que  echó  esta  mañana  aquí,
      debajo de mi mesa, una bomba fétida. ¡Esto huele como una cloaca! ¡Claro que
      fue  ella!  ¡La  castigaré  por  eso,  ya  lo  verá!  ¿Qué  aspecto  tiene?  Seguro  que
      parece  un  asqueroso  gusano.  Mire,  señorita  Honey,  a  lo  largo  de  mi  dilatada
      carrera  como  profesora  he  aprendido  que  una  niña  mala  es  muchísimo  más
      peligrosa que un niño malo. Y lo que resulta más importante, son bastante más
      difíciles de dominar. Dominar a una niña es como tratar de aplastar a una mosca.
      Cuando la golpeas, la maldita ya no está allí. Las niñas son criaturas repugnantes
      y malas. Me alegro de no haberlo sido nunca.
        —Pero usted ha tenido que ser alguna vez niña, señora directora. Seguro que
      lo ha sido.
        —No  por  mucho  tiempo  —rugió  la  señorita  Trunchbull,  sonriendo
      desagradablemente—. Me hice mujer enseguida.
        « Ha perdido la chaveta» , se dijo para sí la señorita Honey. « Está chiflada» .
      Permaneció  resueltamente  ante  la  directora.  Por  una  vez  no  se  iba  a  dejar
      intimidar.
        —Debo decirle, señora directora, que si cree usted que fue Matilda la que le
      puso la bomba fétida debajo de la mesa está completamente equivocada.
        —¡Yo nunca me equivoco, señorita Honey!
        —Pero,  señora  directora,  la  niña  llegó  a  la  escuela  esta  mañana  y  fue
      directamente a clase…
        —¡No discuta conmigo, por todos los diablos! ¡Esa pequeña bestia de Matilda,
      o como quiera que se llame, ha echado una bomba fétida en mi despacho! ¡No
      hay la menor duda de eso! Gracias por sugerírmelo.
        —Pero si yo no se lo he sugerido, señora directora.
        —¡Claro que sí! Ahora dígame lo que quería, señorita Honey. ¿Por qué me
      hace perder el tiempo?
        —Vine para hablarle de Matilda, señora directora. Tengo que informarle de
      algo extraordinario sobre esa niña. ¿Puedo contarle lo que acaba de suceder en
      clase?
        —Supongo que le prendería fuego a su camisa y le habrá chamuscado las
      medias —la señorita Trunchbull bufó.
        —¡No, no! Matilda es un genio.
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