Page 60 - Matilda
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—¡Oh, sí que lo es! —gritó la señorita Trunchbull—. Adivino su plan, señora
mía. ¡Y mi respuesta es no! Matilda se quedará donde está y es obligación suya
que se comporte bien.
—Pero, señora directora, por favor…
—¡Ni una palabra más! —gritó la señorita Trunchbull—. Y, en cualquier
caso, tengo por norma que todos los niños se agrupen por edades, sin reparar en
sus aptitudes. No voy a tener a una bribona de cinco años junto a las niñas y los
niños mayores en la clase superior. ¡Quién ha oído hablar alguna vez de una cosa
así!
La señorita Honey permaneció desolada ante aquella gigante de cuello rojo.
Podría haber dicho muchas más cosas, pero sabía que sería inútil.
—Está bien —dijo con voz apagada—. Lo que usted quiera, señora directora.
—Puede estar segura de que será como yo quiera —rugió la señorita
Trunchbull—. Y no olvide, señora mía, que nos enfrentamos a una pequeña
víbora que echó una bomba fétida debajo de mi mesa…
—¡Ella no lo hizo, señora directora!
—¡Claro que lo hizo! —dijo con voz tonante la señorita Trunchbull—. Y le
voy a decir una cosa. Me gustaría que me permitieran usar el látigo y el cinto
como se hacía en los viejos tiempos. Le hubiera calentado el trasero a Matilda de
tal forma que no hubiera podido sentarse en un mes.
La señorita Honey se volvió y salió del despacho, sintiéndose deprimida pero
en modo alguno derrotada. « Tengo que hacer algo por esa niña» , se dijo. « No
se qué, pero tengo que encontrar la forma de ayudarla» .