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La misma Luna presentaba otra paradoja conceptual: ¿por
qué ese astro rotaba alrededor del nuestro? ¿Por qué sólo él?
Y, por otro lado, ¿por qué la Tierra no lo dejaba atrás en su movi-
miento progresivo?
A esto hay que añadir el problema del paralaje de las estrellas.
Buena parte de la justificación experimental del modelo copemi-
cano residía en observaciones; en particular, en medidas del para-
laje de los planetas. Pero este fenómeno no se observaba con las
estrellas. En realidad, no es que el paralaje estelar no exista, sino
que las estrellas están tan alejadas que, con los métodos e instru-
mentos disponibles en el siglo xvr, era imposible de detectar. Harían
falta trescientos años más para comenzar a medirlo. Copérnico
acertó al considerar que lo que ocurre es que las estrellas están
demasiado alejadas de nuestro planeta.
No debemos dejar atrás el hecho de que el nuevo modelo ter-
minaba recurriendo a los mismos artificios matemáticos que su pre-
decesor. Deferentes y epiciclos volvían a ser necesarios, e incluso
Copérnico tuvo que echar mano de un disimulado ecuante al admi-
tir que las órbitas planetarias estaban centradas en una especie de
Sol promedio.
Pese a todos esos interrogantes, el nuevo sistema abría las
puertas a un universo nuevo. Sobre él iría a descansar la concep-
ción del cosmos que la ciencia ha ido acuñando con sus continuos
avances. Como en tantos otros descubrimientos -pequeños o
grandes-, la solución aportada por el sabio de Torún no era per-
fecta. Dejaba cabos sueltos, no respondía a todas las preguntas.
Pero eso no debe empañar su naturaleza de paso de gigante.
COPÉRNICO Y EL MÉTODO CIENTÍFICO
Más allá de sus resultados, el astrónomo de Torún merece nuestro
respeto y aprecio por su método de trabajo.
Para entender la minuciosidad de su quehacer, vale la pena
transcribir las palabras con que Rheticus lo expresa en su Narra-
tio prima:
134 UN MODELO QUE PERDURA PESE A TODO