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siastas, que el paso de una comente desviaba la aguja de una brú-
         jula,  una prerrogativa reservada hasta entonces  a  los  imanes
         permanentes. A diferencia de los alumnos de Oersted, la comuni-
         dad científica reaccionó conmocionada: desde que el mundo era
         mundo, las fuerzas solo se habían manifestado entre masas, cuer-
         pos cargados o imanes.
             El resultado del experimento espoleó la curiosidad de André
         Marie Ampere (1775-1836),  que dio un paso más para poner de
         manifiesto que dos comentes eléctricas también se pueden atraer
         y repeler entre sí, interactuando mediante fuerzas de naturaleza
         magnética. Como Coulomb, dio cuenta del fenómeno a través de
         un enunciado matemático, que ligaba entre sí un conjunto de mag-
         nitudes observables en cualquier laboratorio.
             A primera vista estas leyes no planteaban grandes desafíos
         conceptuales. Los físicos, en su escudriñanüento del universo, ha-
         bían reunido un número reducido de principios y conceptos que
         parecían bastar para producir una imagen lógica y precisa de los
         fenómenos. Por un lado, estaban las partículas puntuales, que in-
         teractuaban mediante fuerzas  centrales,  es decir,  aquellas que
         ejercen su influencia en la dirección de la recta que las une. Esta
         interacción tenía lugar de modo instantáneo y a  distancia. Por
         otro lado, estaban las ondas, que se propagaban en un medio ma-
         terial constituido a su vez por partículas puntuales, ligadas entre
         sí mediante interacciones.
             Como vemos, a la hora de diseccionar la realidad se recurría a
         abstracciones inspiradas en fenómenos cotidianos: la piedra que
         arrojamos en un estanque (la partícula) y las olas que levanta en su
         superficie (las ondas). La naturaleza parecía hecha a la medida de
         la mente hun1ana Sin embargo, por familiares que pudieran resultar
         estas ondas y partículas idealizadas, la noción de una acción instan-
         tánea y a distancia encerraba una profunda extrañeza. «Fuera de la
         física - resumió Einstein- , el pensamiento no sabe naaa de fuer-
         zas que actúan a distancia.» Una crítica que ya había recibido la
         formulación newtoniana de la gravedad, que describía sus efectos
         con exactitud matemática, pero sin penetrar en sus causas.  Es
         célebre la réplica altiva de Newton ante esta clase de objeciones:
        Hypotheses nonfingo, es decir, «Yo no me invento hlpótesis».






                                            LA REVOLUCIÓN ELECTROMAGNÉTICA   25
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