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feras, deferentes y epiciclos que había urdido Ptolomeo para sal-
        var el viejo geocentrismo. De modo progresivo caló la idea de que
         con la red conceptual existente no se lograría atrapar las nuevas
         leyes. Había que encargar un juego de herramientas distinto, y el
         inglés Michael Faraday (1791-1867) fue el primero en contemplar
         el insólito paisaje experimental que habían pintado Coulomb, Am-
        pere y Oersted desde la perspectiva apropiada.
            Faraday fue un hombre extraordinario en numerosos aspec-
        tos. Se crió en unas condiciones de pobreza que no permitían soñar
         con ninguna gloria científica. Sin embargo, aprendió química y fí-
        sica aprovechando su trabajo de encuadernador, leyendo los libros
        que debía coser y encolar.
            No frecuentó la política ni la filosofía, ni se molestó en fun-
        dar religiones, pero es una de las personas que más han contri-
        buido a modelar el mundo tal y como lo conocemos. Hoy en día,
        de la producción mundial de electricidad más del 99 % procede de
        centrales nucleares, térmicas, hidroeléctricas, eólicas, mareo-
        motrices ...  y todas ellas se apoyan en generadores de corriente
        que explotan un fenómeno observado por primera vez por Fa-
        raday: la inducción electromagnética. El 17 de octubre de 1831
        anotó en su diario que al desplazar un imán en la proximidad de
        un cable, en este último se establecía una corriente. Su descubri-
        miento cerraba el círculo abierto por Oersted: en Dinamarca una
        corriente había desplazado una aguja imantada; ahora, en el só-
        tano de la Royal Institution de Londres, donde Faraday llevaba a
        cabo sus experimentos, el movimiento de un imán generaba una
        corriente.
            Faraday también forjó la llave que abriría la puerta de la física
        teórica moderna: el concepto de «campo». Se puede adquirir una
        intuición muy directa de él al observar el alineamiento de las viru-
        tas de hierro en torno a los polos de un imán o de una corriente. Se
        trata de una experiencia sencilla que cualquiera puede reproducir
        en casa y que parece extraer una radiografía fantasmal del espacio.
        Su contemplación despliega una constelación de interrogantes. ¿A
        qué impulso obedecen las limaduras metálicas? ¿En qué se susten-
        tan los remolinos alrededor de las cargas y los polos de un imán,
        las «líneas de fuerza», tal como Faraday las denominó?





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