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brimientos de Oersted y Faraday se encadenan, alimentándose
mutuamente, en cascada, como la caída de una hilera de fichas de
dominó. Esta «carrera de relevos» comunica la agitación de la car-
ga al resto del campo.
Manipulando sus ecuaciones, Maxwell obtuvo que la pertur-
bación, al propagarse, obedecía a la descripción matemática del
sonido. Es decir, lo hacía como una onda, y pudo calcular con
exactitud su velocidad. Correspondía al cociente entre las unida-
des electromagnéticas y electrostáticas de carga y arrojaba un
valor cercano a 300 000 000 mis.
«¡Imaginen sus sentimientos cuando las ecuaciones
diferenciales que había formulado le mostraron que los campos
electromagnéticos se difunden en forma de ondas polarizadas
y con la velocidad de la luz! A pocas personas en el mundo
se les ha concedido una experiencia semejante.»
- EINSTEIN SOBRE LA SENSACIÓN QUE DEBIÓ DE EMBARGAR A MAXWELL
AL DARSE CUENTA DEL ALCANCE DE SU DESCUBRIMIENTO.
No se trataba de un valor cualquiera. En 1849, el parisino
Hippolyte Fizeau (1819-1896) había atrapado un rayo de luz en un
laberinto de espejos y, armado con un delicado mecanismo, logró
medir su velocidad en el aire. Obtuvo un valor de 314858000 mis,
que su compatriota Léon Foucault (1819-1868) afinó hasta los
298 000 000 mis.
Los grandes científicos suelen pronunciarse con cautela, pero
ante una coincidencia de este calibre hasta Maxwell se atrevió a
anunciar: «La velocidad se aproxima tanto a la de la luz que, según
parece, existen poderosas razones para concluir que la propia luz
(incluyendo el calor radiante y, en su caso, otras radiaciones) es
una perturbación electromagnética que se propaga en forma de
ondas a través del can1po electromagnético, de acuerdo con las
leyes electromagnéticas».
Esta revelación abrió una brecha en la interpretación física
del mundo comparable a la que generó El origen de las especies
en el terreno de las ciencias naturales. Ahora, por fin, todo adqui-
LA REVOLUCIÓN ELECTROMAGNÉTICA 31