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cidentes financieros no debían afectar a la carrera de Albert, lo
dejaron al cuidado de un familiar remoto. El chico recibía cartas
entusiastas desde Milán, a las que respondía telegráficamente.
Sus escuetas palabras no delataban que, privado de la válvula de
escape familiar, el ambiente en el instituto se le había vuelto
irrespirable. Esto, sumado a la sombría perspectiva del servicio
militar, lo había situado al borde del desánimo y lo empujaba
pendiente abajo.
Einstein se sentía en un campo de prisioneros y se propuso
cavar el túnel que lo sacara de Alemania. Se las arregló para obte-
ner un certificado de su médico de familia, que advertía de que si
no se reunía de inmediato con sus padres, co1TÍa el riesgo de sufrir
una crisis nerviosa. El documento sirvió para que la dirección del
Luitpold Gymnasium, que tampoco lo contaba entre sus alumnos
predilectos, lo liberase de sus obligaciones académicas. Lo más
difícil ya estaba hecho: el 29 de diciembre de 1894 salvó, por su
cuenta y riesgo, los 350 kilómetros que separan Múnich de Milán.
No se trataba de una visita para pasar la Nochevieja: Einstein dejó
bien claro a Pauline y Hermann que su decisión de no volver a
pisar las aulas del Luitpold era irrevocable.
Esta jugada inesperada dejaba su futuro colgando de un hilo.
Por un lado, si no completaba sus estudios de secundaria no po-
dría matricularse en ninguna universidad alemana. El servicio mi-
litar planteaba una situación todavía más comprometida. Después
de cumplir los diecisiete años cualquier ciudadano alemán que
permaneciera fuera del país y no se presentara a cumplir con sus
obligaciones militares se consideraba un desertor.
Durante un viaje en bicicleta con los Alpes de fondo y camino
de Génova, tomó la decisión de renunciar a la ciudadanía alemana
y solicitar la suiza. Descartada su incorporación a la empresa fa-
miliar, Einstein se decantó por ingresar en la Escuela Politécnica
Federal de Zúrich, que ofrecía dos atractivos irresistibles: estaba
situada fuera de los límites de Alemania, pero dentro de la zona
germanófona de Suiza, y disfrutaba de un sólido prestigio en la
enseñanza superior de física y matemáticas. Allí daban clase algu-
nas de las grandes personalidades científicas de la época, como
Heinrich Weber, AdolfHurwitz y Hermann Minkowski.
36 LA REVOLUCIÓN ELECTROMAGNÉTICA