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cen los adjetivos «solitario», «introvertido» o «asocial» en las
impresiones de las personas que lo trataron y emerge el retrato de
un joven simpático, de trazas bohemias, al que no se le daba mal
flirtear.
En Aarau, el joven estudiante se hospedó en casa de Jost
Winteler, un brillante filólogo, amante de la ornitología y las cien-
cias naturales. Einstein encontró en los Winteler cariño y estímulo
intelectual. Eran alegres y liberales, debatían incansablemente
sobre libros y política, y organizaban una fiesta a la menor pro-
vocación. Einstein llamaba «papá» a Jost y «mamá» a su mujer,
Pauline, que además del nombre compartía con su propia madre
la pasión por el piano. A los hijos no los trató exactamente como
hermanos, al menos no a Marie Winteler, de la que quedó pren-
dado durante un tiempo.
Superada la prueba de Aarau, Einstein daba comienzo a una
nueva etapa de su vida como estudiante de uno de los centros de
enseñanza más prestigiosos de Suiza.
Durante uno de sus coqueteos, Marie había expresado a Al-
bert su temor de que la física los terminara separando. Entre los
once compañeros que Einstein conoció en el curso que iniciaba
en la sección matemática de la Politécnica, se encontraba la en-
camación de aquellos temores: Mileva Marié, una joven despierta
e independiente, capaz de compartir la fascinación de Einstein
por la teoría cinética de gases, un rasgo francamente inusual entre
las mujeres que había conocido. Con ella, el amor del estudiante
hizo su mudanza.
Como en la obertura de una ópera, a los diecisiete años Albert
ya había puesto encima de la mesa los grandes temas de su vida:
había escrito su prin1er artículo científico, había protagonizado un
serio encontronazo con las autoridades, se había enamorado y
desenan1orado, y se había formulado una pregunta capaz de de-
tonar una revolución científica: ¿qué sucedería si persiguiera un
rayo de luz?
38 LA REVOLUCIÓN ELECTROMAGNÉTICA