Page 38 - 01 Einstein
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cen los adjetivos  «solitario»,  «introvertido»  o  «asocial»  en las
                     impresiones de las personas que lo trataron y emerge el retrato de
                     un joven simpático, de trazas bohemias, al que no se le daba mal
                     flirtear.
                         En Aarau,  el joven estudiante se hospedó en casa de Jost
                     Winteler, un brillante filólogo, amante de la ornitología y las cien-
                     cias naturales. Einstein encontró en los Winteler cariño y estímulo
                     intelectual.  Eran alegres y liberales,  debatían incansablemente
                     sobre libros y política, y organizaban una fiesta a la menor pro-
                     vocación. Einstein llamaba «papá» a Jost y «mamá» a su mujer,
                     Pauline, que además del nombre compartía con su propia madre
                     la pasión por el piano. A los hijos no los trató exactamente como
                     hermanos, al menos no a Marie Winteler, de la que quedó pren-
                     dado durante un tiempo.
                         Superada la prueba de Aarau, Einstein daba comienzo a una
                     nueva etapa de su vida como estudiante de uno de los centros de
                     enseñanza más prestigiosos de Suiza.
                         Durante uno de sus coqueteos, Marie había expresado a Al-
                     bert su temor de que la física los terminara separando. Entre los
                     once compañeros que Einstein conoció en el curso que iniciaba
                     en la sección matemática de la Politécnica, se encontraba la en-
                     camación de aquellos temores: Mileva Marié, una joven despierta
                     e independiente, capaz de compartir la fascinación de Einstein
                     por la teoría cinética de gases, un rasgo francamente inusual entre
                     las mujeres que había conocido. Con ella, el amor del estudiante
                     hizo su mudanza.
                         Como en la obertura de una ópera, a los diecisiete años Albert
                     ya había puesto encima de la mesa los grandes temas de su vida:
                     había escrito su prin1er artículo científico, había protagonizado un
                     serio encontronazo con las autoridades, se había enamorado y
                     desenan1orado, y se había formulado una pregunta capaz de de-
                     tonar una revolución científica: ¿qué sucedería si persiguiera un
                     rayo de luz?












          38         LA REVOLUCIÓN ELECTROMAGNÉTICA
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