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La caza del rayo de luz fue el hilo de Ariadna que gwó a Einstein
hasta la relatividad especial. Una teoría que, entre otras muchas
cosas, proporciona una receta para conciliar los puntos de vista
más diversos. Todo un logro para la física que el joven científico
fue, sin embargo, incapaz de conquistar en el terreno personal. Du-
rante sus años de formación se fraguó un desencuentro casi total
con sus profesores de la Politécnica, con las instituciones académi-
cas que podían contratarlo y con su propia familia, que hasta enton-
ces le había servido de pararrayos frente a las tormentas del
exterior. Cerrado el paréntesis de su estancia idílica en Aarau, vol-
vía al campo de batalla. Si hubiera diseñado un emblema para su
escudo de armas, en él leeríamos: Albert contra mundum. Su ma-
nera de entender la enseñanza, las relaciones sentimentales o el
ejercicio de la ciencia parecía incompatible con el entorno social
que le había tocado en suerte. Al detenerse frente a su primera en-
crucijada decisiva, el arranque de su carrera investigadora, en un
plato de la balanza descansaba su ambición, su particular forma de
hacer, y en el otro, el de las autoridades académicas. Einstein tardó
años en encontrar el equilibrio entre ambas.
La buena impresión mutua que se habían causado Heinrich
Weber y él, tras su primer intento fallido de acceso a la Politéc-
nica, se disipó rápidamente. No parece que el desencanto respon-
diera a las aptitudes de Einstein, pues Weber siempre calificó su
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