Page 90 - 01 Einstein
P. 90

estancias largas que disfrutaron allí se puede resumir su evolu-
                     ción,  como en los tres actos de un drama,  con su principio, su
                     nudo y su desenlace. Allí se conocieron y se enamoraron, allí su
                     matrimonio se recuperó de un primer bache en 1909, en el que fue
                     concebido su segundo hijo,  Eduard,  y allí perdieron su última
                     baza.  Cuando Einstein aceptó la oferta de Berlín, se certificó el
                     hundimiento.
                         Mileva, dueña de un carácter impulsivo y complejo, propenso
                     a la depresión, no debía de ofrecer un trato fácil. Su etapa de es-
                     tudiante era una luz que alumbraba su vida, y esta se fue oscu-
                     reciendo a medida que los años dorados quedaban atrás. En su
                     día, Albert y ella soñaron con hacer de la ciencia una aventura
                     compartida. Fue un período cargado de promesas, que frustró su
                     embarazo prematuro. En los tiempos más duros de Berna se en-
                     rocaron juntos frente a un mundo hostil. Ella lo expresó con un
                     juego de palabras:  «Los dos formamos una piedra ( en alemán
                     ein stein)». Él sí vio cumplida su ambición y no supo compar-
                     tirlo.  «Me  hubiera gustado estar allí,  haber podido escuchar un
                     poco y haber visto a todas aquellas magníficas personas», le es-
                     cribía Mileva desde Praga mientras él participaba en un encuen-
                     tro científico en Karlsruhe y ella se quedaba en casa. Uno de los
                     biógrafos de Einstein, que estuvo casado con una hija de su se-
                     gunda mujer, relata cómo Mileva a menudo quería participar en
                     las tertulias científicas de su marido,  «pero él la dejaba en casa
                     con los niños».  Después de una década de vida en común, en
                     torno a  1912,  ambos se manifestaban abiertamente a  disgusto
                     con su matrimonio. Mileva se sentía cada vez más aislada y desa-
                     tendida, y Einstein rehuía su compañía. Los reproches por sus
                     ausencias eran frecuentes: «Hace tanto que no nos vemos que me
                     pregunto si me reconocerás». En las cartas a su amiga Helene
                     Savié, Mileva mostraba más abiertamente su desaliento: «Trabaja
                     sin cesar en sus problemas; se puede decir que solo vive para
                     ellos. Debo confesarte con un poco de vergüenza que no le impor-
                     tamos y que ocupamos un segundo lugar para él».
                         Ciertamente a Einstein le gustaba cultivar una cierta retórica
                     del desapego. Así lo hacía en su ensayo El mundo como yo lo veo,
                     escrito desde la atalaya de sus cincuenta años:





         90          LOS  PLIEGUES DEL ESPACIO-TIEMPO
   85   86   87   88   89   90   91   92   93   94   95