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sano. O no tanto. En la misma carta donde anunciaba a Elsa:
«[ ... ]le escribo por última vez y me someto de nuevo a lo inevi-
table[ ... ]», la informaba de su cambio _de dirección. Se abrió un
paréntesis de un año.
En marzo de 1913, con motivo del trigésimo cuarto cumplea-
ños de Einstein, Elsa rompió la tregua con una felicitación. Él res-
pondió y la correspondencia recobró pronto el impulso perdido.
La convivencia con Mileva no había corregido su deterioro.
Habían pasado a dormir en habitaciones separadas y Einstein per-
feccionaba el arte de las ausencias, amparándose tras una barri-
cada de obligaciones profesionales. Después de que la familia se
trasladara a Berlín, en marzo de 1914, la proximidad de Mileva no
fue obstáculo para que Einstein, según escribía a su amigo Besso,
disfrutara de «una relación extremadamente agradable y hermo-
sa» con su prima, «cuya naturaleza permanente» quedaba garan-
tizada «por la renuncia al matrimonio». Da la impresión de que no
pretendía separarse de Mileva. «Podemos muy bien ser felices jun-
tos», le había explicado a Elsa, «sin necesidad de hacerle daño a
ella». Quizá creyó que, mediante alguna suerte de malabarismo,
podría tenerlo todo. Mantener la relación con su mujer, para no
herirla ni sentirse culpable, ni separarse de sus hijos, y recuperar
con Elsa un universo sentimental que se había marchitado. Pero
si pensaba que su prima se iba a conformar con ocupar uno de los
vértices del triángulo, se equivocaba. Siempre dejó claro que el
divorcio era aplazable, pero no sine díe.
Finalmente se desató la crisis y, a finales de julio, Mileva ma-
drugó para tomar el tren que la llevaría de regreso a Zúrich, en
compañía de Hans Albert y Eduard. Al principio la medida no
parecía irreversible. Los amigos de la pareja pusieron en marcha
una delicada ronda de mediaciones. A lo mejor en otras circuns-
tancias hubiera habido margen para la reconciliación. Justo el
mismo día que Mileva tomaba el tren, Austria-Hungría invadía
Serbia y estallaba la Primera Guerra Mundial. La frontera entre
Alemania y Suiza se cerró. Einstein y Elsa cayeron de un lado, en
Berlín. Mileva y los niños, del otro, en Zúrich.
Aunque contaba con un nuevo amor para consolarse de la
ruptura, Einstein vivió con desgarro la separación de sus hijos.
LOS PLIEGUES DEL ESPACIO-TIEMPO 93