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Mi apasionado sentido de la justicia social y de la responsabilidad
civil siempre contrastó de modo singular con una pronunciada
ausencia de necesidad del contacto directo con otras personas y
comunidades humanas. En verdad soy un viajero solitario y nunca
he entregado del todo mi corazón a mi país, a mi hogar, a mis amigos
o incluso a mi círculo familiar más íntimo.
Pero lo cierto es que aunque la ciencia le robara la mayor
parte del tiempo, tampoco descuidaba su vida sentimental. Senci-
llamente había desplazado el objeto de su atención.
En las vacaciones de Pascua de 1912 viajó solo a Berlín para
visitar a su familia. Después de enviudar, Pauline había ido a pasar
unos días con su hermana Fanny. El marido de esta, Rudolph, per-
tenecía a otra rama del poblado árbol genealógico de los Einstein.
Su padre era hermano del padre de Hermann y era uno de los pri-
mos que había perdido grandes sumas de dinero al invertir en sus
negocios de electrotecnia. Encima del piso de Rudolph y Fanny se
había instalado su hija Elsa, que acababa de divorciarse.
Elsa y Einstein se habían conocido en Múnich y a ella le gus-
taba contar que de pequeña se había enamorado de su primo es-
cuchándole interpretar a Mozart al violín. No sabemos si quedó
deslumbrada después de una nueva exhibición musical, pero el
sentimiento infantil renació.
Aunque ignoramos los detalles del reencuentro, lo cierto es
que a la vuelta de Einstein a Praga habían comenzado un flirteo
epistolar a escondidas. Después de todo, no era un viajero tan
solitario: «Necesito a alguien a quien amar -admitía-, d~ otro
modo la vida es triste. Y ese alguien es usted». Se puede describir
a Elsa de muchas maneras, pero quizá la más inmediata sea retra-
tarla como el negativo fotográfico de la callada, introvertida y
atormentada Mileva: coqueta, divertida, un animal social sin nin-
gún interés en la ciencia ... Si Einstein se asfixiaba en su relación
con su mujer, en Elsa no podía encontrar nada que se la recor-
dara. Con todo, todavía sentía la suficiente responsabilidad para
alarmarse ante el giro de los acontecimientos y dio un paso atrás:
«Si cediéramos a nuestra atracción mutua solo provocaríamos
confusión y desgracia». A finales de mayo decidió cortar por lo
92 LOS PLIEGUES DEL ESPACIO-TIEMPO